El 25 de abril Italia celebra su fiesta nacional, el Día de la Liberación, en conmemoración del llamamiento a la huelga general que permitió la caída del régimen fascista de Benito Mussolini y la expulsión de las tropas alemanas. Este año se cumplen 75 años de la efeméride y se habían organizado una serie de actos acordes a su importancia, pero que han quedado aplazados por la crisis sanitaria. Por cierto, el encargado de leer el manifiesto en 1945 fue Sandro Pertini, ese simpático anciano que celebraba los goles de Italia en el palco del Bernabéu en la final del Mundial del 82 frente a Alemania, y que tenía una historia personal digna de una saga completa de libros de aventuras con él de protagonista. Fue héroe de la I Guerra Mundial, preso y prófugo habitual del fascismo, partisano, periodista, político y firme luchador antimafia. A las tres de la tarde, los italianos están llamados a salir a los balcones para cantar todos juntos el 'Bella Ciao', himno partisano convertido en banda sonora del confinamiento.

En Italia todavía quedan vivos muchos de esos luchadores y luchadoras por la libertad que, entre 1943 y 1945, pelearon en diferentes frentes para acabar con la dictadura, la ocupación nazi y el silencio vaticano. Me gustaría hablarles de uno de ellos que recientemente fue protagonista de una acción destacada y que estos días tiene su valor por su simbolismo. Pasquale Brancatisano, que así se llama, es un vivaracho anciano calabrés de 98 años conocido como Malerba (mala hierba) durante su época partisana. Hace unos días envió un mensaje sonoro “de honor” al presidente de la República para decirle que a su entender había sabido trabajar con sentido de patria y patriotismo durante la crisis. Sergio Matarella, en otro de sus gestos que están engrandeciendo su cargo, le efectuó una llamada para agradecérselo personalmente. Para entender bien el fondo de lo que podría calificarse de mera anécdota hay que conocer un poco la idiosincrasia italiana. Estamos hablando de que un campesino calabrés le manda a un político siciliano un mensaje en el que le muestra su respecto, y no se trata de dos mafiosos haciendo negocios. Por cierto, el hermano mayor de Matarella, Piersanti, fue asesinado por Cosa Nostra cuando era presidente de Sicilia.

Brancatisano creció en la Italia fascista, fue alistado y enviado como soldado a Montenegro para ayudar a las tropas alemanas. Allí vivió un sinfín de peripecias para poder sobrevivir y, posteriormente, logró integrarse en el bando partisano una vez que los aliados desembarcaron en Sicilia y comenzaron la liberación del país. Consiguió llegar a Francia y desde allí cruzar a territorio italiano convertido en guerillero. Su vida ha quedado plasmada en diferentes documentales y en un libro. Protagonista de diversos homenajes, tanto en su Samo natal como en otras zonas del país, se afana en repetir en todos y cada uno de los actos a los que acude que ellos lucharon para volver a dar al pueblo italiano dignidad, libertad y democracia. Un gesto así me resulta inimaginable en España. Aquí ya lo habríamos etiquetado de mil formas, en función de la ideología de cada uno, sin darle ningún mérito y mucha leña.

Cada vez que salgo a la ventana a aplaudir y veo a todos los vecinos me siento orgulloso de esta sociedad que ha sabido sacrificarse en estos momentos, de toda la gente que está trabajando duramente para que superemos la pandemia. Estamos dando muestras de madurez y sacando lo mejor de nosotros frente a la adversidad. Lo que pasa es que esa sensación me dura hasta que pongo la tele, leo el periódico o escucho la radio porque allí aparecen ellos: los políticos. ¿Realmente nos lo merecemos? ¿No podemos hacer nada para librarnos de ellos? Históricamente, cada vez que ocurre una crisis, sea de lo que sea, hay voces que nos invitan a verlo como una oportunidad para cambiar las cosas. No muy lejos nos queda el 15-M. Por desgracia, como casi siempre, una ocasión perdida. Han cambiado los nombres, las siglas y poco más, porque las políticas y la forma de hacerlas no. La misma ponzoña con otros actores.

Pasquale habla de dignidad, libertad y democracia, algo por lo que luchó y se jugó la vida. La mayoría de nuestros políticos actuales han nacido, o cuando menos crecido, en libertad y democracia; no han tenido que pelear por el derecho a la educación o la sanidad gratuita, sin embargo se afanan en destruirlas. Está claro que no son más que marionetas en un teatro en el que los poderes económicos manejan los hilos, que luchan por mantenerse en lo alto del escenario y da igual el precio a pagar. Juegan con lo ajeno. El día que les cortan las cuerdas y los dejan caer siempre tienen el colchón del partido, que los acomoda en algún sillón en una empresa amiga, un parlamento menor o una embajada lejana. Cuando veo las fotos de Fraga, González, Suárez y Carrillo juntos, intentando trabajar para sacar a España de la caverna y, sabiendo que fueron capaces de ponerse de acuerdo a pesar de sus enormes diferencias y de dolorosos sacrificios, me suben los vinagres cuando oigo a los que podían ser sus nietos políticos negarse siquiera a sentarse en la misma mesa para hablar de cómo podemos salir de ésta. No nos sirven ni para eso. Está claro que la palabra dignidad les queda muy grande. En lugar de aunar esfuerzos y arrimar el hombro todos juntos prefieren seguir con su eterna precampaña. Alguien me preguntó una vez si sabía por qué los españoles sonreímos ante la adversidad; su explicación ante mi negativa fue simple: porque ya sabemos a quién le vamos a echar la culpa de lo que pasa. ¡Cuánta razón tenía! No estaría de más organizar un programa de Desterrados en Perejil y enviar allí a Sánchez, Casado, Abascal, Iglesias, Arrimadas, Torra, Urkullu, Rufián y unos cuantos más. Nos sobran candidatos. Les falta dignidad.

“No pensábamos en nuestras vidas, sino en dar a nuestros hijos una Italia nueva, y se la hemos dado”, partisano Malerba.