Han soplado vientos de frente, laterales e incluso últimamente de cola sobre la política española, pero si hay algo que permanece fijo es la proverbial tendencia de la izquierda a la abstención cuando toca ir a las urnas. Debería sorprender que el lado ideológico que más ha reivindicado la democracia y más ha combatido por los derechos sociales de todos a la hora de la verdad se quede en casa. Puede que en su momento tuvieran motivos para el desencanto: aquel PSOE que ganó apoyándose en el no a la OTAN, aquel Felipe al que ya le daba igual el color del gato con tal de que cazara ratones, o aquella izquierda a su izquierda y su facilidad para fragmentarse y autodestruirse. En cualquier caso había avances en el Estado del bienestar. Hoy la tendencia es otra: estamos en una época de demolición de derechos y de claros retrocesos. Más que una amenaza es un oscuro plan global que se va ejecutando paso tras paso.

La abstención ha determinado el resultado de las elecciones andaluzas, más que el cambio de opinión y de sentido del voto. El PSOE ha perdido 402.035 electores y Adelante Andalucía 282.519 respecto al 2015. Puede que en clave nacional Pedro Sánchez no haya demostrado mucho con el apoyo de quita y pon de Pablo Iglesias (apenas la subida del SMI), pero el simulacro de autocrítica en lo autonómico es desolador. Para la ganadora/perdedora Susana Díaz y su superficial «populismo rociero» (Esther Palomera dixit), el pretexto es Cataluña y solo concede lánguidamente el hecho de que no haya completado su agenda social.

El análisis de Podemos aún es peor, pese a que su fuerte era acertar con los diagnósticos antes de que orillaran a Errejón o se deshicieran de Bescansa. Para Echenique la culpa está en los medios de comunicación. Para Monedero es de Teresa Rodríguez aunque los expertos digan que sin ella hubiera sido mucho peor. Y Pablo Iglesias llama a cerrar filas, ahora que ya ni se habla de los círculos, cuando se supone que la transversalidad era ganar apoyos no entre los ya convencidos sino en la sociedad en general, con un discurso horizontal de amplio espectro y cocido lento, y no una interpretación exprés del concepto de hegemonía de Gramsci, al que tanto cita.

Por si sirve, De Sousa Santos, uno de los referentes de los movimientos sociales y las nuevas izquierdas europeas, ya ha dicho que si estas permanecen en el sectarismo y el infantilismo, «mañana será demasiado tarde».