Algunas de las características de las que, sin duda, podemos presumir los españoles son la facilidad con la que improvisamos, con la que nos adaptamos a los cambios, con la que mudamos de certezas irrefutables a un pues yo creía que… Lo llevamos en el ADN y nos han permitido sobrevivir a lo largo de la historia, son nuestra verdadera marca España. Sobre la marcha somos capaces de pasar de lo mejor a lo peor. Sin rubor. Sin inmutarnos. Sin despeinarnos. Sin remordimientos. No hace mucho que estábamos todos encerrados en casa con más miedo que siete viejas, pendientes de las noticias y de aplaudir a las ocho para reconocer la labor de los que luchaban contra la pandemia. Alguno, incluso, se enroló en la policía de balcón y refundó la, tan patria, cofradía de la delación. El bicho estaba por todas partes y había que estar alerta. Por si no lo recuerdan, el tiempo no acompañaba mucho, se estaba mejor cerca del radiador.

Por suerte, la situación epidemiológica ha ido mejorando paulatinamente y nos han ido dando suelta. El miedo se ha quedado por el camino. ¡Esto ya está superado!, deben pensar muchos. Además, ha salido el sol, hace calorcito, apetece caminar, hacer corrillos y, para rematar, nos han abierto las terrazas, las tiendas y los centros comerciales. ¿Qué más se puede pedir? ¡Fútbol, que vuelva el fútbol!, gritará más de uno. Pues deseo concedido. El mes que viene veremos cómo acaba la liga. Ir a la playa, al pueblo, a la montaña, querrá algún otro. Todo llegará. O ya ha llegado. Viendo las calles llenas de gente, los grupitos, los saludos efusivos, la ausencia de mascarillas y todo tipo de vulneraciones de las medidas aconsejadas da que pensar lo rápido que hemos cambiado. Sobre la marcha, como de costumbre.

El relajamiento en las medidas de confinamiento está sacando a la luz una serie de problemas que hasta ahora teníamos aparcados pero que habrá que empezar a resolver. El “ya veremos sobre la marcha” empieza a no ser suficiente. El teletrabajo, que parecía una entelequia o una cosa de otros países más evolucionados laboralmente, ha llegado a nuestras empresas y se ha demostrado que en muchos casos ha funcionado. La normativa que se está aplicando con motivo del estado de alarma para favorecerlo, tarde o temprano, dejará de tener validez y habrá que apostar fuerte por esta modalidad. Al igual que tendrán que consolidarse la políticas de conciliación familiar. Dejar de ser algo que queda muy bien sobre el papel y en los discursos y convertirse en una realidad tangible, lejos de las arbitrariedades de muchos directivos o jefes de personal. La educación en casa ha supuesto una revolución inesperada y ha mostrado la capacidad de cambio de la que hablaba, pero también que debe ir unida la conciliación.

La realidad política también ha ido cambiando sobre la marcha, pero solo en apariencia. La necesidad de aprobar las prórrogas del estado del alarma ha obligado al Gobierno a buscar alianzas, apoyos o puestas de perfil a lo largo del arco parlamentario. La situación, por inesperada y desconocida, le ha sobrepasado en muchos momentos, dejando en evidencia muchos defectos y errores de gestión y la debilidad propia de los números, pero también capacidad para moverse buscando sustento. Pérez Reverte calificó hace meses a Pedro Sánchez de político interesante, ni bueno ni malo; ya que lo veía capaz de llevarnos al éxito o al abismo más profundo. En ello estamos, en saber adónde nos conducirá. Mientras, los que pregonaban patriotismo y unidad pronto han vuelto a la comodidad de las aguas turbulentas en busca de beneficio electoral. No en vano, su líder en la sombra dirige la estrategia desde la nube de odio y resentimiento en la que vive desde que dejo la primera línea. No ha terminado de encajar que su mejor momento lo vivió como mascota en la foto de las Azores, y que su milagro económico (ladrillo y privatización), del que tanto presumía y se vanagloriaba, terminó siendo muy parecido al de P. Tinto: tralarí, tralará.

Los que han cambiado poco y se mantienen firmes en su sitio son los sanitarios; los médicos y enfermeros que día a día han visto cómo evolucionaba la pandemia. Son conscientes de que están viviendo una tregua relativa, que tarde o temprano volverán a soportar situaciones como las vividas. Se afanan en explicarnos que las secuelas que ha dejado el virus en mucha gente no son normales, que las lesiones pulmonares o cardiológicas serán crónicas y de difícil curación. En los momentos álgidos de la pandemia existía un consenso general en que la sanidad pública tenía que reforzarse, que era la única vía para salir adelante. Lamentablemente, todo parece historia. Un ejemplo claro está en la apuesta del equipo de gobierno municipal por la aprobación del proyecto de construcción de un hospital privado en suelo público, vía recalificación. Ladrillo y privatización. Tralarí, tralará

El otro día, por casualidad, mientras iba en el coche escuché una canción en la radio que no conocía, no la había oído nunca pero me impactó bastante porque definía a la perfección a varios de los que me iba cruzando a lo largo del recorrido, y a otros muchos más que me venían a la mente. El tema es 'Los idiotas', de Calle 13, una banda de rap fusión puertorriqueña. Les recomiendo que cuando tengan un rato la busquen y presten atención a la letra. Mientras el sabio se preocupa, el idiota relajado; reza una estrofa bien aplicable a lo que se ve estos días. Sobre la marcha va dando una serie de definiciones de la palabra, todos encajamos en alguna.

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