La primera protagonista de la historia que les voy a contar se llama Mia. Casi seguro que no han oído hablar de ella en la vida, pero merece la pena que les cuente lo que hizo para que pongan en valor su gesto memorable. Mia es una niña turinesa de seis años que lleva encerrada en su casa desde finales de febrero; el último día que pudo salir fue al colegio y luego a la reunión de su grupo de scouts, así que decidió tomar cartas en el asunto. Ni corta ni perezosa, cogió una hoja de su cuaderno y manuscribió una carta dirigida a la prefectura de Carabinieri para pedir, como lo hacen todos los niños de esa edad: ordenando, que detuvieran al Coronavirus porque quería volver a ir al colegio y a jugar con sus amigos. Desde su inocente candidez tiene muy claras las cosas: la policía arresta a los malos, y éste tal Coronavirus es al primero que tienen que meter en la cárcel para solucionar el problema. ¡Ojalá esa visión clarividente de la jugada y esa determinación no la perdiésemos conforme vamos haciéndonos mayores!

La historia de Mia es una de las muchas que estos días voy leyendo en los periódicos italianos. El país transalpino se ha convertido en el espejo en el que nos miramos y nos comparamos todas las jornadas. No crean, allí hacen lo mismo, aunque también miran de soslayo las noticias que salen de China. Les puedo asegurar que están convencidísimos que les han contado uno de sus famosos cuentos con el Covid-19. La comparación de las cifras, de los casos, de las acciones políticas que se toman en los dos países se hace hasta el último detalle. Será porque la historia nos ha unido bajo el mismo paraguas durante muchos siglos. Somos parecidos pero diferentes. Ellos han adoptado el 'Bella Ciao', himno de partisano, como referente de su lucha contra la pandemia; y nosotros, el 'Resistiré' del Dúo Dinámico. Su 'Tutto andrà bene' es igual que nuestro 'Todo irá bien'. Los héroes de los dos países son los médicos, enfermeros, policías, militares, trabajadores de los supermercados y todos aquellos que luchan sin descanso para que esto pase rápido y deje por el camino a la menor cantidad de gente posible. Los gestos de agradecimiento se repiten y son idénticos: aplausos desde los balcones.

Un aspecto que tampoco nos diferencia mucho es la actuación de los políticos, o de los que tienen de profesión político, mejor dicho. En España vamos con unos días de retraso en todo por aquello de que aquí llegó más tarde el brote. En este asunto también. La unidad italiana en su apoyo al gobierno ha durado lo mismo que dura siempre allí: nada. Por algo es un país ingobernable desde la II Guerra Mundial salvo pequeñas etapas de la Democracia Cristiana o del gigoló Berlusconi. Desde el minuto uno los partidos se despellejan unos a otros, se reprochan todo y continúan con su cotidianeidad del insulto desde las bancadas. Hay gestos honorables, es justo decirlo. Como el del diputado bergamasco de la Lega que se emocionó al recordar que los nietos de su región se estaban quedando sin abuelos, eso sí, en el marco de un discurso de crítica al gobierno. Y por encima de todos está el del presidente de la república, Sergio Mattarella, que en un discurso grabado admitía que iba mal peinado porque el confinamiento no le dejaba ir al barbero. Daba a entender que es uno más en esta crisis, que la sufre como el resto. Aquí ya estamos viendo cómo la unidad inicial ha durado poco y ya ha empezado el viejo soniquete del y tú más.

La pandemia también ha sacado a la luz las miserias que compartimos en muchos campos, pero citaré un par. La sanidad pública se ha visto maltratada en los dos países para favorecer el surgimiento del negocio de la privada. En España, ha pintado la cara de forma evidente a muchos consejeros y líderes autonómicos, esos que ahora no se sabe dónde están salvo cuando dan positivo o salen a reclamar medidas para paliar lo que ellos destrozaron. El segundo sector en el que se ha visto la incompetencia y la indecencia de los políticos es el de las residencias de la tercera edad, epicentro de la crisis porque en ellas está el grupo más vulnerable ante el coronavirus. El negocio ha primado por encima de todo y, desgraciadamente, ahora vemos el resultado. Nuestros ancianos se mueren, muchos de sus cuidadores también, mientras que los dueños y los políticos no saben o no contestan.

China fue el origen de la crisis y China está haciendo negocio de la crisis. Tiene gestos, mejor dicho, algunos de sus ciudadanos repartidos por todo el mundo. La globalización tan aplaudida por los poderosos, por los dueños del cotarro que encontraron en el país asiático unos centenares de millones de nuevos esclavos ahora son rehenes de sus líderes. Todo se fabrica allí, luego todo tiene que llegar de allí. La especulación y la ley de la oferta y la demanda no la crearon ellos, pero ahora son los que mejor juegan con ellas. Cuando uno se compra un tigre de mascota en lugar de un gato tiene que tener en cuenta que un día le puede atacar. Sería tiempo de replantearse seriamente si merece la pena externalizar determinados productos, por más que la mano de obra sea más barata. Garamendi y sus chicos no estarán de acuerdo. Ya lo sé.

El mundo entero también habla de otro gesto vivido en Roma. El del Papa Francisco dando su bendición nocturna en una plaza de San Pedro vacía. Por ello pasará a la posteridad. Lástima que en el camino de la vuelta a la basílica se olvidara de mantener la distancia de seguridad con su ayudante, máxime cuando en su círculo cercano hay seis casos positivos. Esa foto también ha circulado por los medios de comunicación italianos.

Para terminar les contaré que hay algo que nos diferencia, afortunadamente. En España la empresa más grande no vive al margen de la ley como en Italia. Allí, la mafia, esa invención de las películas y de los extranjeros que siempre me decían en Reggio Calabria, es parte fundamental de la estructura socioeconómica. Empiezan a producirse altercados, motines y huelgas, principalmente en el sur, alentados por los clanes. La guerra histórica entre el norte rico y el sur pobre se ha acrecentado a costa del coronavirus. Muchos transalpinos de las regiones septentrionales huyeron del confinamiento provocando contagios en zonas sureñas que no tenían ninguno. El escritor Roberto Saviano, autor de 'Gomorra', publicó el día 22 de marzo un artículo en 'La Repubblica' en el que explica de manera muy clara cómo la mafia va a sacar tajada de esta crisis; cómo desde el minuto uno está controlando los negocios de las funerarias, los supermercados, los productos médicos y está alentando las revueltas sociales; cómo al final se cumplirá la máxima gatopardiana de que todo va a cambiar para que todo siga igual. O sea, la mafia se llevará la mayor tajada. Vale la pena leerlo.

Cuando todo acabe sacaremos conclusiones, valoraremos la dura experiencia vivida y analizaremos los gestos y las acciones que hemos visto. Recordaremos la música y los aplausos en los balcones, el trabajo impagable de nuestros sanitarios, la necedad de nuestros políticos, la actitud de China, los libros leídos, las series vistas, las horas en familia, la angustia y la alegría de volver a la calle libres. Y, ese día, le podremos enviar una carta a Mia diciéndole que los polis buenos han cumplido sus órdenes y han detenido al coronavirus; que ya puede volver a jugar con sus amigos.