AMORES QUE CIEGAN

“¡Madre mía, qué chavala!”-pensó. Y al girar a su derecha para ver el contoneo de la moza, la rama afilada del árbol le dejó tuerto del ojo izquierdo.

No hubo aprendido la lección y, a pesar de su ojo velado, el derecho enloqueció con nuevas e insinuantes curvas y, al girar la cabeza a la izquierda, otra pérfida y puntiaguda rama laceró su ojo derecho.

No aprende el muy necio y recurre ahora a tacto y olfato. Ya le han partido el bastón varias veces en su dura mollera. Hasta el perro lazarillo le ha abandonado.

CONCENTRACIÓN

Yo no me había enterado de nada. Estaba tan concentrado pasando aquellos trabajos a ordenador que casi ni miraba a la pantalla.

Fue mi mujer la que irrumpió en el salón gritando: ¡Las puertas abiertas!, ¡la casa vacía!, ha entrado un ladrón y nos lo ha robado todo. Y fue enumerando la lista de lo sustraído: ¡Mi reloj, mis joyas, la cámara de fotos, la cámara de video, la televisión, el ordenador…!

“¡El ordenador!” -exclamé yo -. “Es imposible”. Y me puse las gafas que hacía un rato había dejado sobre la mesa. ¡La leche!... ¡había estado tecleando frente a la pecera!

NIÑA DULCE

Estaba cansada de que todo el mundo le dijera que era una niña dulce. ¿Niña? Sí, porque sólo tenía diez años. Pero dulce, ¿por qué? Su padre se lo decía cada vez que la veía sonreír. La señora mayor del tercero se lo decía cada vez que se lanzaba a darle un beso y luego le abría la puerta del ascensor para que pasara. También se lo decía el invidente al que todos los días tomaba de la mano para ayudarle a cruzar la calle.

Todo esto pensaba la niña mientras pelaba una naranja sentada a la mesa de la cocina. Tan ensimismada estaba en sus pensamientos que, sin darse cuenta, se hizo un pequeño corte en un dedo con el cuchillo que estaba usando. Se llevó el dedo a la boca para chupar la sangre que había brotado y… se quedó perpleja. Sabía a mermelada de fresa.