Hoy la niña, al pisar la calle, tiene miedo.

Porque, durante la noche, les han afilado los dientes a los lobos.

Hoy la niña, al pisar la calle, tiene miedo.

Porque los aullidos se oyen más cerca. Y más alto. Tanto, que se inquietan los búhos en las ramas del árbol.

Hoy la niña, al pisar la calle, tiene miedo.

Porque el día se ha desperezado gris. La mira ceñudo. Lo siente hostil.

Hoy la niña, al pisar la calle, tiene miedo.

Porque, bajo la luna de noviembre, a la bruja mala le ha crecido la nariz.

Hoy la niña, al pisar la calle, tiene miedo.

Porque las alas de los murciélagos se han alargado hasta el fondo de la cueva.

Hoy la niña, al pisar la calle, tiene miedo.

Porque, ahora, el agua de la piscina cubre más. Aguardan serpientes de escamas verdes en la escalerilla.

Hoy la niña, al pisar la calle, tiene miedo.

Porque las telas de rayas han sido arrancadas de sus palos, y se las han quedado.

Hoy la niña, al pisar la calle, tiene miedo.

Porque un monstruo sin boca la espía por la rendija del armario.

Hoy la niña, al pisar la calle, tiene miedo.

Porque los abominables yetis, de pies grandes y barba azul, toman brebajes efervescentes que los vuelven intocables.

Hoy la niña, al pisar la calle, tiene miedo.

Porque, tal vez, ya no la entiendan cuando hable.

Hoy la niña, al pisar la calle, tiene miedo.

Porque a algunos —demasiados— les han metido una piedra negra en la mano.

Hoy la niña tiene miedo. De que se la lancen.

De mañana no poder pisar la calle.