Después de tantos años escuchando música, se va adquiriendo criterio, y se constata que, como en cualquier actividad humana, hay propuestas que soportan el paso del tiempo, otras que son temporalmente aceptables y otras que carecen de valor.

El mejor cómplice del compositor suele ser el letrista (a veces es la misma persona), en cuya mente, versos, metáforas e imágenes, se arremolinan e intentan ordenarse.

Cuando al fin toman forma de canción, algunas se convierten en mensajes intemporales. De vez en cuando encontramos temas que nos muestran los aspectos más negativos de nuestra sociedad, y nos recuerdan que nada cambia, que desgraciadamente siguen siendo actuales. Estas canciones suelen escribirlas artistas que no pretenden regalarnos los oídos, sino aplicar una máxima de Artaud, según creo recordar: “El artista asume las frustraciones de su época y les da una forma poética”.

Considero dos ejemplos de perdurabilidad los temas En La Frontera, de Miguel Ríos, y Come È Profondo Il Mare, de Lucio Dalla. Estos dos creadores nos presentaron hace algunas décadas aspectos de una sociedad obstinada en proporcionar su peor cara. Podemos comprobar que, desgraciadamente, la foto que nos mostraban sigue siendo en la actualidad la misma, incluso en muchos aspectos más fea.

La música siempre coherente con el mensaje. En el caso de Dalla adornada con toques irónicos.

Insisto en que lo que nos propone hoy la mayor parte de los grupos, incluso aquellos que con pretendida intelectualidad post hippie nos presentan metáforas e imágenes incomprensibles, sobre pentagramas llenos de obviedades, es insufrible; así la música, junto con la letra, es cada vez más anodina.

El contraste entre estos dos mundos sonoros se me presentó con nitidez en 2008.

Durante la Expo del Agua (sin comentarios...) pudimos disfrutar de uno de los espectáculos más reales e intensos y que gran parte del público no supo valorar. Gracias a ello, pude abandonar mi ubicación inicial en “el gallinero”, pues llegué con el tiempo justo, y avanzando conforme el personal iba abandonando, acabé a un par de metros del escenario. Fueron más de dos horas de música y danza de una enorme profundidad.

Los Derviches giraban (siempre lo hacen respetando la ley de tres y de siete, y lo ideal es que sean nueve o múltiplo de nueve, según el Eneagrama) mientras la música de una nutrida orquesta iba dibujándose en el aire de una de las noches más apacibles de aquel verano. Cuando los danzantes místicos dejaron de girar y se apagaron los focos, me fui caminando por los amplios pasillos de la muestra. Los altavoces emitían músicas anodinas, que como la luz polarizada, vibraban en un solo plano, sin proyección alguna, inconsistentes, como las que nos ofrecen los programas de radio y televisión actuales, salvo raras excepciones.

Las letras acordes con la música. ¡Cuándo volverá algún Valladares a poner en evidencia la estupidez de estas vergüenzas sonoras, recitando como un bardo con corbata las sandeces que acompañan a las canciones faltas de originalidad de la mayor parte de los “nuevos creadores”!

Afortunadamente, todavía hay autores que siguen intentando asumir las frustraciones de nuestra época, que lejos de los nuevos aplausos en forma de número de reproducciones en plataformas de la red, y cual modernos alquimistas transforman el plomo en oro.

Salud

Dedicado a Concha, José Antonio y a los pacientes lectores del blog.