Si recuerdo bien, cuando yo era pequeña, no celebrábamos Halloween. Las calabazas y las bolsitas de caramelos, el truco y el trato, eran parte del guion de las películas americanas. Ahora, en cambio, veo las tiendas decoradas con arañas, fantasmas, y calabazas siniestras. Los niños se disfrazan de vampiros, y ya desde hace unos años, el disfraz de bruja ha perdido cuorum en beneficio de la calaca mexicana, y en eso hemos convertido la noche de Muertos, en una mezcla de carnaval, con vestigios mexicanos y norteamericanos... Casi nada.

Si recuerdo bien, cuando yo era pequeña, cada 1 de Noviembre acompañaba a mi madre al cementerio a ponerle flores a mi abuela, su madre, que nos dejó demasiado pronto. Recuerdo a mi madre emocionada, arreglando las flores, y recuerdo aquel momento con mucho sentimiento y todavía con más respeto. La sensibilidad de ese momento, ha definido, sin duda, mi forma de ser. Por eso creo que deberíamos involucrar a los niños en el respeto al muerto, al que se ha ido, y no banalizar la muerte, ya que ahí estamos siendo algo hipócritas. No llevamos a los niños al cementerio “para que no se queden impresionados” y en cambio vemos con ellos películas hiperviolentas y sangrientas. Ojo.

Quizás, para empezar, sería interesante recordar que nuestro “Todos Los Santos” del 1 de Noviembre fue el día que la Iglesia católica instauró en honor de todos aquellos “que gozan la vida eterna en la Gloria De Dios” pero que no aparecen en Santorales ni se conoce su nombre. La elección de la fecha no es casual, ya que es la misma noche que “Halloween” (la noche inglesa llamada All Hallows´eve, la víspera de Todos Los Santos) que es a su vez el primer día del Samhain, rito celta en el que se creía que los espíritus de los muertos regresaban a visitar el mundo de los vivos.

Lo cierto es que más allá de mares y cordilleras todos necesitamos creer que los que se van, un día - aunque sea un día al año- vuelven a escondidas para susurrarnos aquello que necesitamos oír: que ellos también nos echan de menos.

O quizás nuestros muertos nunca se van. Cuando alguien se va, el peso de su ausencia puede llegar a ahogarnos. Es increíble asumir que cuando alguien no está, nos influye más que cuando estaba. Los muertos pesan en nuestra memoria y pesan en nuestra conciencia. Todo lo que no se dijo, lo que no se compartió. Todas las veces que no estuvimos a la altura, o todas las veces que dimos por hecho la vida y no recordamos que un día, el cuento se acaba. Afortunadamente, llega un día en el que podemos recordar a nuestros muertos desde el amor. Ese día, hemos comprendido de que va todo esto.

Vivir cada día con la consciencia de la muerte y la finitud puede ser agotador, pero por otro lado, es el único antídoto (o algo que se le parece...) al duelo. Al dolor por la ausencia.

Joan Halifax, una de mis maestras (intelectual y espiritualmente hablando...), siempre dice que nuestra ceguera o ignorancia hacia la muerte hace que realmente “estemos muertos en vida”, e insiste en que comenzamos a vivir el día que somos conscientes de que la muerte forma parte de la vida. Me gusta mucho esta idea. Repito que no es fácil y no siempre es agradable, pero es lo que es. Y a veces la verdad duele.

La muerte no tiene que ver con la edad. La muerte tiene que ver con estar vivo. Ese es el “riesgo”. Pero todo lo que pasa mientras, entre la primera y la última respiración, vale la pena.

Todos los ritos relativos a la muerte, el luto y el duelo, nos llevan al mismo lugar: A la necesidad de aceptar esta parte de la vida. Y recordar que al fin y al cabo, la actitud que tenemos ante la muerte es una muestra de la que tenemos ante la vida.

La muerte es, sin excepción, lo único que tenemos en común todos los seres vivos del planeta. Podrás ser madre, padre, o no. Podrás tener hermanos o no. Podrás tener dos piernas o una. O Ninguna. Podrás, podrás, podrás... lo que tu quieras. Pero sin excepción, la muerte vendrá a visitar a tus seres queridos. A tus amigos. A tu mascota. A tus Enemigos. A ti. Y ese día, lo único que te servirá será haber llenado los días de vida. Haber amado. Haber deseado. Haber reído. En definitiva... haber vivido. Y esto es, en realidad, lo que nuestros Muertos vienen a recordarnos esta noche.