--Este Joaquín mira que es raro -dijo el padre.

--Sí chico, nunca se ríe, nada le resulta divertido -siguió la madre.

--¡Bah! Hoy en día lo tienen todo. En mis tiempos, que no teníamos nada, nos divertíamos jugando con cualquier cosa.

--Sí, será eso -añadió la madre. Bueno, vamos a dormir Alfredo. Son más de las doce.

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Sentados frente a la mesa del desayuno están Joaquín y sus padres. En el sofá del salón, todavía en pijama, están viendo la televisión sus dos hermanos: Sara de seis años, tres menos que Joaquín, pecosa y somnolienta. Marcos de once años, rechoncho y autoritario. Sujeta con energía el mando de la tele.

--¿Qué hacen tus hermanos? -pregunta la madre.

--Están en el salón viendo la tele -responde Joaquín.

--¡Niños, venid a desayunar! -grita la madre.

--¡Buff!... -suspira. No me hacen ni caso. Anda Alfredo, llámalos tú.

--¡Sara, Marcos, venid ahora mismo a desayunar! -grita el padre.

Nadie aparece. Mientras recogen los platos y tazas de la mesa, el padre le susurra en el oído a Joaquín: “Si quieres vete a ver la tele con ellos” Y Joaquín le responde: “No, no me apetece”. El padre se queda pensativo y se rasca la cabeza “qué aburrido es este Joaquín” piensa.

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En el aula del colegio cada uno tiene su ordenador y su tablet. A Joaquín le aburren. Le gusta cuando el profesor de Cono les cuenta historias; del hombre primitivo, de la antigua Roma, de caballeros medievales, de grandes artistas. Le gusta mucho la Plástica, sobre todo, cuando dibuja sobre papel. Hace tiempo que se aburre en el recreo. Su antiguo grupo de amigos ya no juega al fútbol. Ahora rodean a Alberto y le piden su móvil nuevo para mandar mensajes y ver vídeos. En el recreo que hay tras la comida sacan sus tablets y se intercambian juegos sin levantar cabeza.

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Ya en casa, un Joaquín pensativo se bebe su batido en la cocina. Sus hermanos ven la tele en el salón. Al cabo de un rato, ambos salen y se dirigen al cuarto de Marcos y Joaquín para jugar a la Play. Joaquín tiene que hacer los deberes en la mesa de la cocina. Cierra la puerta, pues le molestan mucho los gritos de sus hermanos.

De la calle llega la madre, saluda a Joaquín y amenaza a Marcos y a Sara: “Id a hacer los deberes y dejad de jugar de una vez”. Se encierra en su habitación. A la media hora sale para amenazarles nuevamente: “¡Marcos, Sara, si os lo tengo que volver a repetir os castigo sin la Play!” Vuelve a su cuarto. Al cabo de un rato suena el timbre del portero automático. La madre contesta y luego asoma la cabeza por la puerta de la cocina “Joaquín cariño, baja a abrir a tu padre, quiere que le ayudes a subir algo.”

En el portal, el padre habla con Joaquín “Anda hijo, vete al coche, saca del maletero una caja llena de fresas y súbela”. El padre entra en el ascensor cargado con varias cajas mientras Joaquín se dirige al coche aparcado frente a la casa. Abre el maletero, ve la caja de las fresas y..., en ese momento, se fija en un vagabundo sentado en un banco de la plaza. El vagabundo lleva algo en su mano y lo hace botar. Joaquín cruza hacia la plaza y se va acercando poco a poco. Por fin descubre lo que el mendigo lleva entre sus manos. Es una sucia y descolorida pelota de tenis. Al ver a Joaquín se la guarda en el bolsillo de su raído abrigo. Se levanta del banco, se da la vuelta y avanza unos pasos con intención de alejarse, pero el bolsillo del abrigo tiene un agujero y la pelota cae. Va botando hasta los pies de Joaquín. El vagabundo se gira, el muchacho lo mira fijamente a los ojos y luego golpea la pelota con su pie derecho colándola entre las piernas del sorprendido indigente. “¡Gooool!”, grita Joaquín.

--¿Ah sí? Con qué esas tenemos ¿eh? -replica el vagabundo. Y añade: Jugaremos un partido, tu portería será el banco de enfrente y la mía éste de aquí.

--Vale -responde alegre Joaquín

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En el salón, el padre recoge la última caja y la introduce en la cocina. Cuando vuelve a entrar al salón la madre pregunta:

--Alfredo, ¿cómo no sube Joaquín con mis fresas?

--Sí, tienes razón, cuánto tarda. Vamos a mirar por la ventana, el coche está aparcado enfrente.

Ambos se asoman y contemplan atónitos el espectáculo. Joaquín jugando al fútbol con un vagabundo, riendo y saltando como un poseso cada vez que mete gol.

--Si se lo está pasando en grande, mira cómo se ríe -comenta el padre.

--¡Es increíble! -exclama la madre. Y a continuación grita: “¡Joaquín deja el partido y sube la caja de fresas!”

Joaquín mira hacia arriba y grita también: “¡Ya voy!”. Los padres se alejan de la ventana.

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Ha pasado un largo rato y Joaquín sigue sin subir. Enfurecidos, sus padres vuelven a asomarse a la ventana. Joaquín sigue jugando al fútbol con el mendigo, sigue saltando y riendo cada vez que marca un gol.

--¡Joaquín, como no subas ahora mismo mis fresas voy a bajar yo y te vas a enterar! -grita la madre.

--¡Ya subo madre, ya subo! -responde Joaquín.

Esta vez sí. Al cabo de unos minutos aparece Joaquín con la cara sucia y sudorosa. Invadido por la alegría se deja caer en el sofá.

--¿Y las fresas? -pregunta su madre.

--Bueno es que... -titubea Joaquín. El vagabundo... el vagabundo tenía hambre.

--¡Qué tenía hambre! -estalla la madre.

En ese momento el padre, que está asomado a la ventana, empieza a reír y a reír. Carcajada va, carcajada viene.

--¿Y a ti qué te pasa Alfredo? ¿Te has vuelto loco? -le grita su mujer.

El padre no puede hablar. Sigue riendo, ya con lágrimas en los ojos. Lo único que puede hacer es señalar hacia la calle. Su mujer se acerca y mira. Sentado en un banco el mendigo devora las últimas fresas de la caja. En ese momento mira hacia la ventana y la madre de Joaquín puede verle la cara y la barba manchadas de rojo. El vagabundo sonríe, y con la mano -roja también- le hace un ademán de agradecimiento. “Encima se cachondea” -piensa la mujer.

Se gira hacia el sofá. Alfredo sigue revolcándose de la risa. Joaquín, lleno de felicidad, coloca la sucia y descolorida pelota de tenis sobre la mesa del salón. La madre, con la mirada encendida, le dice: “Quita ahora mismo de ahí esa sucia e inmunda pelota”.