"Todas las personas mayores fueron al principio niños, aunque pocas de ellas lo recuerdan"

Antoine de Saint-Exupéry

Sé que estoy viviendo un momento de irrealidad cuando en una situación determinada, me descubro a mí misma pensando algo tan surrealista cómo “si ahora llegara un extraterrestre a la tierra, ¿qué pensaría de nosotros?”

A lo largo de mi vida este extraño pensamiento me ha secuestrado en contadas ocasiones. Una de ellas fue cuando estuve un mes viviendo en la villa olímpica de los JJOO de Pekín, donde lo extraordinario de los cuerpos, del movimiento, de los ritos y de los días, me trajo ese pensamiento. Otra de esas situaciones irreales es la que estamos viviendo ahora.

Supongo que en mi mente, la mirada del extraterrestre es el símbolo de la mirada del antropólogo, que con su “objetividad” (aunque no creo que la observación sea nunca puramente objetiva), analiza nuestra vida, nuestra realidad.

Si un extraterrestre tuviera la desdicha de aterrizar en nuestro planeta en estos momentos, ¿Qué encontraría? Más concretamente aún… ¿Qué encontraría en su segundo viaje a la tierra?

Encontraría calles vacías. Aviones aparcados, sin pilotos y sin pasajeros. Trenes vacíos. Alfombras de asfalto sin vehículos, dónde algunos animales empiezan a cruzar sin miedo y sin peligro. Plazas completamente vacías. Calles sin gente. Luz en las ventanas. Toda una vida - todas las vidas- bajo cubierto. Muy pocos peatones. Y los pocos que viera, caminando muy deprisa con una tela en la cara o acompañados de unos seres peludos de cuatro patas.

Una persona por coche

En los pocos coches que viera, habría una única persona. Rostros serios, si es que se puede intuir la seriedad debajo de una mascarilla.

En su expectación alucinada quizás se decidiera a seguir uno de los pocos vehículos que transitan: unos coches grandes con luces de colores. Todavía no sabe que se llaman ambulancias y que son los vehículos que trasladan a la gente enferma. De la ambulancia descenderían tres personas. Dos de ellos imbuidos en un traje más de su planeta que del nuestro, y uno de ellos, o quizás una mujer, tumbado en una camilla conectado a una máquina que termina cubriendo su nariz y su boca.

En su expectación alucinada nuestro extraterrestre no reconocería nuestro planeta, al que regresó con ganas de registrar su alegría, sus fiestas, su sonido, y su movimiento. Vería cosas que no queremos reconocer que están pasando. Ignoraría cosas que después de un mes de confinamiento apenas recordamos cómo eran, porque toda la vida antes de la cuarentena parece muy lejana.

Volvería frustrado, pero sin duda impactado a su planeta de origen. Y a la pregunta de ¿qué es lo que más te ha impresionado?, nuestro extraterrestre no dudaría ni un minuto y diría, en su idioma pero con una afectación escalofriante: No he visto niños.

Diría, “No he visto niños por la calle. No he visto esos humanos pequeñitos llenos de vida, de alegría, de ilusión y de optimismo”. “He escuchado sus vocecitas, les he sentido aplaudir. He podido intuir sus pequeñas sombras al otro lado de la ventana, pero no he visto ni un solo niño por la calle”. Diría “he escuchado el silencio en el patio de un colegio. Los parques estaban vacíos y las plazas sin niños”. “No he visto niños”, repetiría, impactado.

Querido extraterrestre - me gustaría decirle - Entiendo tu susto. Entiendo tu impacto. Esto está siendo muy difícil para todos, pero esos niños que echas de menos, son ahora nuestros grandes maestros. Dónde al adulto le cuesta centrarse en el presente, preso de la incertidumbre por lo que vendrá, la risa de un niño, su petición de jugar juntos, de ver una película o de colorear un arco iris, le trae de nuevo al momento presente.

Los niños que no has visto, que están aquí con nosotros, son nuestros pequeños héroes, adaptándose sin condiciones a una situación sin precedentes, recordando a sus adultos que la adaptación es un recurso naturalmente humano.

Todos esos niños que no has visto, que no van al colegio, están aprendiendo cosas que no se enseñan en ningún lugar; solamente en situaciones extraordinarias.

Esos niños que no ves en las plazas, o en los parques, están jugando con sus padres. Algunos de ellos recuperando esas horas perdidas que la rutina secuestra.

Esos niños que no escuchas, tienen mucho que decir.

Estos niños son nuestros hijos, y somos muchos los padres que estamos orgullosos de ellos, de recordar sus lecciones. Son ellos quienes nos recuerdan, a pesar de todo esto, que un día nosotros también fuimos niños.

Nuestros hijos contagian sonrisas. De vez en cuando se cansan, se agotan, se agitan y se aburren, pero es que la vida también va de eso.

Tengo un amigo que dice que el amor y los niños dan sentido a la existencia. Ese es nuestro frente de batalla ahora, querido extraterrestre. Que el Amor supere al dolor, y que nuestros niños sigan recordando que son niños. Y lo mejor de todo, es que lo estamos consiguiendo.