La Noche de Guy Fawkes es una curiosa festividad que se celebra cada 5 de noviembre fundamentalmente en la ciudad de Londres. Lo que se conmemora aquí y en algunas otras partes de la Commonwealth es el fracaso del atentado que un grupo de exaltados católicos quisieron perpetrar en el año 1605 contra la vida del monarca Jacobo I colocando barriles de pólvora en los sótanos del Parlamento, con los que pretendían hacerlo saltar todo por los aires, incluyéndose la familia real al completo.

Aunque en realidad Guy Fawkes no fue el líder de la conspiración (este honor debemos atribuírselo al noble británico Robert Catesby, que es quien se encargó de reclutar a todos los participantes), lo cierto es que aquel fue el personaje cuya identidad acabó por sobreponerse finalmente en la cultura popular, debido muy seguramente al hecho de haber sido descubierto en primer lugar, con antorcha y fósforos en las manos, custodiando los barriles momentos antes del intento de regicidio.

Sobre la biografía de Guy Fawkes, nos basta con decir ahora que en un momento de su vida se convirtió al catolicismo y que, en defensa de esta fe, quiso precisamente luchar junto al bando español en la devastadora Guerra de los Ochenta Años que se libró con tremenda crueldad. Los motivos del atentado, por tanto, tendrían en su origen raíces religiosas, cuestiones relacionadas con la más total intransigencia, lo cual no es de ningún modo algo excepcional para la época. Fue de hecho la actitud inflexible de Jacobo I en este sentido, tratando de promover una imagen absolutista de su monarquía, impulsando los gastos de una suntuosa corte de estilo renacentista que en los sectores más puritanos de la pérfida Albión no eran vistos con buenos ojos, y sobre todo, apostando por un reforzamiento contundente del anglicanismo (religión que en líneas generales abrazaron los monarcas británicos desde su creación en tiempos de Enrique VIII por motivos estrictamente políticos), lo que favoreció la germinación de esta desastrada conspiración.

Si bien la imagen que nos ha quedado de este rey es la de un hombre con intensas preocupaciones intelectuales, autor de diversos tratados y composiciones poéticas, comentador de las Sagradas Escrituras, en cuyos dominios tuvo lugar la gran “escena teatral” de William Shakespeare o el panorama pensador de Francis Bacon, no es menos cierto que la férrea intolerancia dogmática que siempre lo acompañó, así como sus incondicionales disputas con el Parlamento, abonaron el campo para la posterior Guerra Civil, que finalizaría con la decapitación pública de su hijo, el monarca Carlos I, y con el establecimiento de la República de Oliver Cromwell (hechos todos ellos que convertirían al Reino Unido en un país de estructuras innovadoras y para nada comunes en aquella Europa clásica del Antiguo Régimen).

Los retratos más conocidos del rey Jacobo muestran a un individuo serio, falto de gracia, con unas mandíbulas desproporcionadas con las que al parecer hallaba constantes dificultades a la hora de comer. Se dice igualmente que su carácter era frío, que su modo de hablar, con el fuerte acento escocés, le hacía incomprensible; y que para colmo era un cobarde y que a menudo se mostraba temeroso en presencia de mujeres.

El edificio del Parlamento donde fueron instalados los barriles de pólvora para el ataque no tenía mucho que ver con la mole neogótica que hoy podemos ver si visitamos la capital británica; este fue creado ex novo después de un descomunal incendio que se desató en 1834 en la mayor parte de la construcción, hecho que por cierto sería magistralmente retratado por Joseph Turner. En el tiempo que nos toca, durante la época de los primeros Estuardo, Londres tenía aproximadamente unos 300.000 habitantes (lo que la convertía en algo así como una megalópolis monstruosa en el momento), pero su río, el Támesis, que acogía el ininterrumpido trasiego de multitud de barcos con mercancías, solo contaba con un puente.

El alarmante incremento de pobreza y el incesante surgimiento de tugurios fueron problemas muy serios. Abundaban las callejuelas y los callejones oscuros sin salida, los edificios ruinosos hechos de ladrillo barato, y las casas con triples y cuádruples entradas. Eran ya míticos algunos de sus mercados callejeros, que por tener que abastecer a todos, alcanzaron enormes dimensiones, y a los restaurantes y los teatros “periféricos”, se les empezaban a sumar ahora las concurridas coffee houses. Esa ciudad de Londres, previa al gran fuego de 1666 que la destruyó en buena medida, bullía hasta tal punto que sus antiguas murallas comenzaban a desbordarse.

La fiesta de Guy Fawkes se comenzó a celebrar ya por aquellos días. Por mandato real, el pueblo debía participar en aquel regocijo en el que unas figuras que representaban al conspirador (quien, como el resto de sus compañeros, fue torturado, ejecutado y descuartizado), eran quemadas en grandes hogueras callejeras. Con el tiempo se añadió un componente infantil al esquema de esta celebración, pues eran los niños quienes fabricaban los muñecos con materiales de casa para luego pedir dinero a cambio de ellos, dinero que invertían en productos de pirotecnia.

El aspecto de “crítica” social o política al que va estrechamente ligado la figura de Fawkes proviene de una novela de William Harrison Ainsworth (1841) en la que por primera vez se dio un toque simpático al carácter del personaje, y sobre todo del cómic de Alan Moore y David Lloyd V de Vendetta, que fue llevado con éxito al cine en 2006. Es posiblemente a partir de entonces cuando este personaje traspasó las fronteras de lo estrictamente histórico para adentrarse en el plano de lo ideológico y lo simbólico. Su famosa máscara, con bigote y perilla, prominentes mejillas sonrosadas y barbilla afilada, se ha visto reproducida en multitud de acontecimientos de protesta, no solo en Londres, sino en diversas partes del mundo. Al margen de todo esto, la fiesta de Guy Fawkes sigue siendo un motivo de celebración y jolgorio, con una presencia muy destacada de fuegos artificiales a lo largo del trazado urbano durante esa noche del 5 de noviembre, y con un componente gastronómico que en los últimos tiempos está cobrando gran importancia.

Juan Postigo Vidal es escritor e historiador.