Llegar tarde tiene sus ventajas. Doy por hecho que, con 22 ediciones a sus espaldas, leo con bastante retraso Momentos estelares de la humanidad, la magnífica colección de ensayos del escritor austríaco Stefan Zweig. Pero hay un don que supera al de la puntualidad -una cualidad que a servidor nunca adornará, para que engañarles-, y es el de llegar en el momento justo. Si el menda hubiera leído este libro hace 17 años, cuando Acantilado lo incorporó a su hoy imponente catálogo, tanto por bisoñez como por contexto histórico, solo habría extraído la espuma anecdótica de estas páginas. Hoy, estas miniaturas históricas me invitan a reflexionar sobre cuál es nuestro “momento estelar”, ese que define nuestra época inmediata.

¿El Brexit? ¿El acceso a la presidencia de Donald Trump? ¿La llegada de China a la luna? Los acontecimientos históricos se suceden a velocidad de crucero; aún no nos ha dado tiempo de asimilar la noticia que ayer ocupaba cinco columnas en la portada de un periódico y al día siguiente ya hay otra a mayor tamaño. ¿Qué es eso de las cinco columnas?, se dirán los que en menos de 10 años, toda una generación, no conozcan la sensación de sostener entre las manos un periódico en papel. Zweig define sus “momentos estelares” así: “Un único «sí», un único «no», un «demasiado pronto» o un «demasiado tarde» hace que ese momento sea irrebocable para cientos de generaciones, determinando la vida de un solo individuo, la de un pueblo entero e incluso el destino de toda la humanidad”. Ahí es nada.

El escritor decidió meter en su selección auténticos greatest hits de la humanidad: Cicerón, en el 44 a. C., pecando de prudente tras el asesinato de César; la conquista de Bizancio (1453), obrada por un terrible despiste; el descubrimiento del océano Pacífico (1513), a cargo del intrépido y sanguinario Núñez de Balboa; el “minuto universal” de Waterloo (1815), cuando Napoleón esperó en vano a que el mariscal Grounchy, por una vez en la vida, incumpliera una orden; el viaje de Lenin a través de Alemania (1917), con el que se selló el destino de la Revolución Rusa, y de gran parte del siglo XX... A la vista está, para Zweig tan importantes fueron las glorias como los fracasos; estos últimos, por qué no decirlo, siempre irónicos.

Los momentos decisivos de Zweig tienen nombres y apellidos. Hoy, la fuerza de los próceres, las voluntades individuales capaces de alterar el curso de la historia, están de capa caída. Ya lo dijo el Time en 2006, cuando te eligió a ti (sí, a ti, no te gires, la portada de la revista lo dejaba bien clarito: You) como Persona del Año. Puede que en el siglo XXI la gente tenga el poder -o esa es la ilusión digital en la que creemos vivir-, pero eso no significa que esté a los mandos. Quizás ese sea el verdadero problema: ¿Hay alguien en la cabina del piloto? Pero no nos despistemos, este vuelo está a punto de aterrizar en nuestro momento estelar.

Ya lo hemos citado antes: el Brexit. Tranquilidad: no vamos a poner el foco en el denostado -¡y él tan pancho!- David Cameron. La película Brexit: The Uncivil War, disponible en HBO, no cuenta nada que alguien que se haya leído un par de periódicos -lean periódicos, por favor- no sepa ya. Con todo, contiene una escena notable, uno de esos instantes decisivos en la Historia. En los cuarteles generales por el Remain, un asesor tory que trabaja por la permanencia en la Unión Europea contempla tras un falso espejo la discusión de un focus group, una muestra de ciudadanos que viene a representar a la totalidad de la sociedad británica.

En un momento dado de la escena, varios de los sujetos del estudio comienzan a usar la batería de argumentos falsos que, es bien sabido, se propagaron intencionadamente para inclinar la balanza hacía el resultado que hoy se padece a ambos lados del canal de la Mancha. El asesor, desesperado ante la sarta de mentiras que ahí se están soltando, irrumpe en la reunión y, con documentación en mano, comienza a desmontar las falacias y a exponer las razones por las que el Brexit será catastrófico para todos los allí presentes. De repente, los ánimos se caldean: un mujer de mediana edad, que se identifica como habitante de los suburbios, pone en duda su palabra: ¿Por qué habría de creer a un representante de esa clase política que, desde hace décadas, vende a la ciudadanía medidas que son 'por su bien' y luego se demuestran como recortes de derechos y del Estado del bienestar?“ Pero es que ustedes tienen mucho que perder”, le viene a decir el tecnócrata, a lo que ella, entre lágrimas, le grita: “¡Qué vamos a perder, si ya no tenemos nada!”. Si en lugar de una ficción política esta fuera una serie de médicos, veríamos en pantalla un electrocardiograma quedándose plano.

He aquí nuestro antes y después: la quiebra de la confianza en las versiones oficiales y en la información contrastada; la predisposición para dejarse llevar por el primer discurso que, por disparatado que sea, ofrezca una solución fácil a nuestros problemas; la sensación de que ya nada se arriesga, porque para muchos ya todo está perdido. Un sentimiento de ira poderoso, con un caudal bravo pero -¡oh, dioses del algoritmo!- relativamente sencillo de canalizar hacía una rueda de molino que vete tú a saber qué engranajes moverá.

En el Brexit se abrió una caja de Pandora que ya nadie puede cerrar. Y algunos, como ya ocurriera en los albores del siglo XX, ven en el “cuanto peor, mejor” una oportunidad. Un panorama desolador que nos trae reminiscencias de las trágicas circunstancias que rodearon los últimos años de vida de Zweig, acérrimo defensor de la cultura común europea. La batalla decisiva se libra ahora en el terreno de la verdad. ¿Podrá la prensa, hoy más debilitada que nunca, defender el fuerte de la democracia? Bizancio tenía la mejor de las murallas, pero una simple puerta mal cerrada acabó con un imperio de más de mil años.