Un año más he vuelto a casa por Navidad. La otra noche, pasé por delante del que fue mi colegio durante doce años. Y del que salí hace once. Rebasando el más fuera que dentro. Simbólico. Aterrador. Nostálgico. Inverosímil. Como prefieran llamarlo.

En la oscuridad, el ventanal que horada la fachada lateral dejaba intuir el perfil de la escalera, por la que, curso tras curso, ibas ascendiendo metafórica y literalmente por el Annapurna académico; ganándote el derecho a hollar el pasillo siguiente, el de los "mayores", como quien se pasa las pantallas de un videojuego.

La de veces que habré subido y bajado por esos peldaños que se adivinaban espectrales (el colegio siempre fue fantasmagórico de noche, y ésta más) tras los gruesos cristales translúcidos. Incontables pasos a través de los años por una escalera, que, de pronto, no contaba para mí. La sentí completamente ajena, de una vida que no tenía nada que ver conmigo. Trasegada arriba y abajo por otros alumnos en los que difícilmente podría reconocerme. Acongoja cómo lo que considerábamos nuestro, propio, de repente ya no lo es. Se convierte en pasado, y pasa.

Pero, a la noche siguiente, me reencontré en la consabida cena navideña con unos cuantos compañeros de ésos que trasegaron al mismo tiempo que yo la escalera ahora extraña. Y que, también al igual que yo, dejaron de hacerlo hace ahora once años. Algunos me han seguido acompañando en infinidad de momentos que han venido allende esas aulas. En Pamplona, Nueva York, Madrid o mi portal. Porque la vida ha continuado, claro. A los demás, sólo los veo una vez al año, como si de un trámite se tratara. No, mejor una tradición. De muchos no sabía nada desde hace tiempo y, sin embargo, sabía. Porque en su día lo supimos casi todo, los unos de los otros.

Quizás la Navidad consista en eso. En que pese al distanciamiento y las décadas que transcurren, nos alegráramos de reunirnos. El más valioso de los regalos: que el pasado pase, pero se torne presente al salir a darte un apretón de manos, o un abrazo, a través de aquellos que lo compartieron con nosotros; quienes, así, logran que vuelva a ser tuyo.

Sí, de eso trata la Navidad. De sacudirle el polvo al crío que fuimos, peinarle el flequillo y sentarlo a la mesa. Y si lo hacemos juntos, mejor que mejor. Felices fiestas