Feria, encuentro y festival de músicas de África, Oriente Medio y El Caribe, Visa For Music, que acaba de celebrarse en Rabat, Marruecos, es un gran escaparate sonoro al que acuden más de un millar de profesionales de todo el mundo. Este año Visa For Music ha celebrado su quinta edición que ha estado marcada, más allá del interés musical, por el fantasma de su futuro incierto. Dicho en plata: el evento se enfrenta al reto de conseguir nuevos patrocinadores y financiación de instituciones públicas.

Por lo que respecta a las instituciones, el actual Ministro de Cultura, Mohamed Laâraj no parece tener clara la utilidad artística y de promoción de la región de Visa For Music (o le han recortado el presupuesto), pues en 2017 suspendió la ayuda prevista, y en 2018 ha aportado la mitad del dinero acordado por la organización (la Fundación Hiba) con su predecesor en el cargo, quien se había comprometido a cofinanciar el festival durante tres años. En cualquier caso, y pese al mencionado fantasma de la incertidumbre, Visa For Music ha concluido con éxito el programa de este año que ha ofrecido conferencias, mesas redondas, talleres, reuniones y, sobre todo, conciertos: casi 50, de duración más corta de lo habitual, a lo largo de cuatro días, en cuatro escenarios: el teatro Mohammed V (solo los conciertos del acto inaugural), el palacio Tazi y las salas Bahnini y Renaissance.

En esa amplísima oferta musical, la actuación de la cantante camerunesa (no fue la única artista de ese país que destacó) Lornoar fue de las más notables. Un huracán en escena, en las piezas más agitadas, sensual e intérprete de voz espléndida, Lornoar se muestra en las canciones más tranquilas como una Edith Piaf africana, pero también, en las más briosas, como una nueva Tina Turner. Recorre esta mujer, sonoramente hablando las tradiciones sonoras de su país (bikutsi, ekang, makossa…) para reformularlas con brillantes arreglos soul y funk. Oro negro.

De Camerún llegaron también Patricia Essong, Teety Tenzano y Adango Salicia Zulú. La primera, todo nervio y actitud, renueva extraordinariamente las raíces por la vía del rock. La segunda, con una banda algo floja que pedía a gritos una sección de viento, juega con una imagen de descarada pin-up, y engarza los ritmos africanos con sus parientes nacidos en América: el jazz y el blues; su voz, a lo Janis Joplin, compensó la flojera del grupo. La tercera, clara discípula de Aretha Franklin, nos paseó por el blues setentero de cadencias afro, y el latin-soul. A la actuación de la también camerunesa Myria Bika llegamos cuando finalizaba (de momento uno no posee el don de la ubicuidad), pero pintaba muy bien; sí vimos a quien tocó a continuación: la congolesa Licelv Mauwa, también inspirada en lo vocal por Aretha Franklin y cubierta en lo musical por una mixtura de soukous, rock y soul.

Más mujeres rompedoras: la libanesa Tania Saleh, acompañada por la DJ sueca Lisa Nordström. Lo suyo es una gozosa y delicada combinación de tradición y contemporaneidad, de raíces y puntas: una exploración sonora armada con músicas árabes y hallazgos electrónicos todo eso aderezado con atractivos y sólidos visuales. Y dos caballeros: el marroquí Mehdi Qamoum y el canadiense originario de Senegal Ilam. Medhi pura psicodelia gnawa (ha adaptado y electrificado el guembri, instrumento clave en esa música del norte de África), se pasea también por otros ritmos, pero siempre con Jimi Hendrix como referencia conceptual. Su poderío escénico es apabullante. Ilam, por su parte, ancla su propuesta en el blues del Sahel y la combina con arrebatos de rock y especias sonoras de su país de origen. Su directo es también vibrante.

Hubo mucho más, claro: el mosaico de rap, spoken word, soul y aires africanos de la senegalesa Moonaya (cerró con un soukous arrebatador); el batido de psicodelia y melodías tradicionales del dúo Pigment, de Isla de Reunión... En fin, mucho que ver y escuchar. Queda ahora la duda de si habrá más ediciones de Visa For Music. ¡Quién sabe! En África casi todo es posible.