Herr Perro se encuentra a gusto consigo mismo. Se siente en armonía con el mundo. Cuanto recuerda de su vida es una eterna y radiante mañana de sol. Un presente continuo y perfecto. Sin manchas que proyecten su sombra desde el pasado a menudo aguafiestas. No hay fisuras. Todo encaja. Está en su sitio. Él también.

Se levanta cada día a pastorear a las ovejas. Herr Perro. Con una sonrisa de oreja a oreja iluminándole el hocico. Cumple su deber. Se le da bien. Ha nacido para ello. Por ese lado, totalmente en paz con su naturaleza. Y qué placidez, qué dicha trae eso. Todo encaja. Está en su sitio. Él también. Herr Perro.

Que cuida al rebaño. Abnegado. Que conoce a cada uno de sus miembros; su carácter, sus miedos, sus inclinaciones, el matiz que los diferencia y que es capaz de entresacar en el concierto de balidos. Los conoce, y los quiere. Sólo se ama lo que se conoce.

Pero, esta mañana, Frau Cordera le ha mirado ­—según le parece— de un modo esquinado; con un atisbo de sospecha. Pues ¿serán aprensiones suyas, o en efecto se ha orillado más de la cuenta? ¿Acaso con el propósito de esquivarlo? No obstante, enseguida la ha encarrilado, de vuelta al redil. No te descarríes, Frau Cordera. Se ha dejado conducir, sí, pero no rozar. Y otra le ha rehuido la mirada. A él. Herr Perro.

Qué extraño. El desconcierto, una picazón desagradable, le hace compartir en cuanto puede la inquietud con sus camaradas. Quiero consultaros una cuita que me roe. Hoy, Frau Cordera ha desconfiado de mí. Es como si... ¿me atreveré a decirlo? Bueno, sí. Como si me tuviera miedo. ¿Es posible o disparate esto que os participo?

Los compinches de Herr Perro intercambian miradas entre ellos. Tal vez de inteligencia. Quizás nerviosas. Incluso burlona la de aquél que se sienta en el rincón. Pero pronto lo tranquilizan. De seguro no ocurre nada. Imaginaciones todo. Sin ningún fundamento. Es cierto, se felicita Herr Perro. ¿Por qué habrían de temerme? Jamás les infligí daño alguno. Hasta donde su memoria alcanza, siempre ha dispensado a Frau Cordera y al resto irreprochable trato. No hay agravio. Tampoco recelo o rencor por tanto.

Pese a esta impecable deducción, las suspicacias entre Herr Perro y sus ovejas continuarán en las próximas jornadas. Rodeos para no topárselo de morros, ademanes elusivos, corrillos desde los que parecen estar acusándole de algo. Una ofensa que nadie recuerda. El que menos, Herr Perro. Que no entiende nada. Que ya no los conoce. Ni a ellos ni a sí mismo, dado que antes se reconocía a través de sus ojos. Y, por eso, se desespera. En ese ambiente glacial, se calienta. Y hoy, al pasar junto a Frau Cordera, le ha lanzado una dentellada al costado. Apenas se da cuenta y ya la ha matado. Los demás escapan en desbandada. Del concierto de balidos aterrados logra entresacar uno unánime: "¡Se veía venir, os lo advertí!".

¿Y a él?, ¿quién se lo advirtió?, ¿el qué?, ¿qué tenía que haber sabido y no supo?, se lamenta Herr Perro ante la piel de Frau Cordera, sobre cuya blancura aún gotea la sangre de sus colmillos de Herr Lobo.

En Noruega, el Gobierno prepara el borrador de una reforma educativa. La asignatura de Historia va a sufrir menoscabos en favor de otros contenidos que resulten relevantes para la época contemporánea. De resultas, va a desaparecer la mención a la Segunda Guerra Mundial y al Holocausto. Enseñar futuro a costa de ocultar pasado. El mar del horizonte formado a base de lagunas.

Aquél que no conoce su historia está condenado a repetirla. Sin ir más lejos, una que ya contó Plauto en el siglo I a. C.: que el hombre es un lobo para el hombre. Conviene tenerla presente. Más que nada, porque el lobo que no se conozca, creyéndose perro, se acabará merendando al rebaño entero.