No pretende serlo, pero esto va a sonar como el enésimo gañido reaccionario del obrero que ha nacido en el siglo equis; que, de pronto, ve descompasarse los tiempos; y que se revuelve en consecuencia, cual gato panza arriba, tirando de uñas contra diestro y siniestro, en el umbral de una obsolescencia, ignora si programada o no, pero que a él, desde luego, le desprograma la vida.

“¡Los bárbaros ya han llegado a la ciudad! —gañe el profeta de los apocalipsis inminentes—, ¿no escucháis cómo retiemblan las puertas ante el empuje de su ariete? ¡Ya ceden, hermanos míos! ¡Ya las han derribado! ¡Ya están dentro esos salvajes! ¡A la que nos demos cuenta, se habrán meado en el impluvium!”.

En este caso, el vaticinio catastrofista viene a cuento de que RTVE ha contratado a la agencia EFE para implantar un sistema de inteligencia artificial que elaborará noticias referentes a la Segunda División B de fútbol. Sin periodista de por medio. Que total, para qué.

Automatización, ahorro / Suplantación, despidos. Elija una de ambas versiones para contarse idéntica historia. Toda moneda tiene dos caras. Igual que el dios Jano. Con una, miraba al pasado. Con la otra, al futuro. Equilicuá. La retórica que, ahora y siempre, ha visado la mecanización del trabajo, ya la empleaban para construirse su mitología los romanos, esos mismos que contemplaban con pasmado horror cómo los vándalos y alanos se orinaban en los más decantados frutos de su civilización, y ponían su imperio a pique de un repique. No se queden atrás, hombre; no me sean carcas. No hay quien se resista a la pujanza del mañana.

Del mañana también viene un sonido. Al menos, así se llama. Hatsune Miku. Que significa eso: el primer sonido del futuro. Desembarcó en Barcelona el otro día, desde el Imperio del Sol naciente. Porque allí nace todo lo que alumbra. Todo lo moderno. Se trata de un holograma con forma de muchacha de 16 años, creada por el artista manga Kei Garou, y da conciertos. Vamos, que canta con una voz generada por ordenador, baila como una descosida sin errar un paso, y tiene fans como la que más. Adeptos al uso, de los que corean tus canciones y se contonean según les marques el ritmo, a una media de sesenta euros la velada. Nada que envidiar a los de una Madonna o una Lady Gaga cualquiera, sin que importe un rábano la competencia desleal con el humano género. En el caso de la buena de Hatsune Miku, como en el de las noticias futbolísticas, lo valioso (o lo que se monetiza) es un 'software'. Qué chirrido cuando en la música y en el deporte, terreno de pasiones, entran las máquinas.

Debido al inherente margen de incertidumbre y falibilidad que presentan las predicciones agoreras (llenos están los anales de crónicas de muertes anunciadas que luego nunca acaban de certificarse médicamente, para escarnio de quienes las pronosticaron: que si la del cine, que si la de la radio, que si la de las anchoas en vinagre), no se sabe si los ejemplos aquí mencionados constituirán un pintoresquismo aislado que se desinflará como un puf en cuanto te sientas; o si se generalizarán rápidamente hasta usurpar a sus sosias analógicos; o si bien convivirán sin estorbarse mucho, cada uno en su parcela, con aquellas informaciones que requieren de la deliberación de la voluntad, del concurso del discernimiento o del arbitrio, del criterio clínico de un redactor, y con aquellas voces que apisonan el corazón igual que un rodillo después de haberse fermentado y amasado al calor de unas cuerdas vocales.

Comoquiera que evolucionen los acontecimientos, en estos escenarios de ciencia ficción, la imaginación gusta de desbocarse y abrevar por peñascales extremos. Así que, imaginemos un futurible en el que a los periodistas y los cantantes los han sustituido al fin sus ¿homólogos? digitales. Imaginemos la entrevista de portada para una publicación musical tipo la Rolling Stone: El robot pregunta. El holograma responde.

Va a ser para verlo. Y para grabarlo. En VHS, claro.