En principio, se antoja improbable que todo un país cambie de la noche a la mañana sociológicamente su manera de pensar. Especialmente cuando en los últimos años se ha erigido en uno en los que más ha sufrido, asumido y resistido la desigualdad, y a la vez donde más ha crecido la solidaridad y el voluntariado. Cuesta creer que sea esa misma sociedad la que ahora permita que conceptos antisociales y excluyentes se extiendan como una mancha de aceite, empezando por Andalucía.

Claro que también parece lógico que se produzcan inesperadas sacudidas cuando el conjunto de la población señala que el segundo problema en importancia es el relativo a los políticos y a la clase política, algo que por cierto ha crecido en el 2018 desde el 24,3% (enero) al 31,3% (noviembre), según el CIS. La radiografía es conocida: al español medio le preocupan esencialmente el paro (nada que añadir, claro) y el funcionamiento del sistema político (significativo por no decir vergonzante).

La gente está harta y los partidos y sus cabezas visibles hacen poco por evitarlo. Todos han presumido durante demasiado tiempo de anteponer el bien general a sus intereses partidistas cuando en el fondo no ha sido así. Dos ejemplos rápidos son la mejor prueba. Uno antiguo: aquel «que caiga España que ya la levantaremos nosotros» del que fuera después ministro Montoro. Y otro todavía fresco: la negativa del PP en el Senado a que las comunidades autónomas amplíen su techo de gasto.

Y es por esa gatera de la frustración por donde se cuelan movimientos sin respuesta política alguna a los que apenas les alcanza para defender un programa económico propio de élites neoliberales. En opinión del profesor Víctor Lapuente, la derecha que viene, esa que ha impulsado internacionalmente Steve Bannon, otrora estratega de Donald Trump que llegó a decir «yo soy el director, él es el actor», no pretende llenar las carencias materiales sino los huecos existenciales de los votantes.

Hay quien cree que se trata de un accidente o como Errejón que piensa que solo es un movimiento de péndulo tras el relativo (sic) desgaste de las izquierdas que ha producido que las derechas recuperen la iniciativa, pero parece más aconsejable empezar a tomarse con algo más de temor la irrupción de un discurso que ni siquiera comparte toda la derecha (véase el ciudadano Valls o los populares Feijóo, Sámper o Ana Pastor). Hay sacudidas que terminan en terremotos.