Lorca le dedicó el capítulo Introducción a la muerte (Poemas de la soledad en Vermont), el sexto de los diez que estructuran su poemario Poeta en Nueva York. No fue una sorpresa para Rafael Sánchez Ventura (Zaragoza, 1897-Lisboa, 1984) cuando se publicó en 1940, por ser conocedor del manuscrito que Lorca había dejado en el despacho de Bergamín, aún «informe», comentó Sánchez Ventura, «sin estructura definitiva, escrito a partes desiguales, a lápiz, a tinta o mecanografiado». Doctor en Derecho y en Filosofía y Letras, profesor de la Universidad de Zaragoza y su representante oficial en congresos nacionales e internacionales, especialista en arqueología, museógrafo, atento a todo y a todos, firmemente comprometido con la República, desde posiciones anarquistas primero y comunistas a partir de la guerra civil, Rafael Sánchez Ventura continúa siendo un personaje enigmático que optó por silenciar su decisiva intervención en importantes actuaciones políticas y en diferentes proyectos e iniciativas culturales. Por citar algunos: participó en la excursión electoral por Huesca de Pío Baroja en 1918; colaboró en la financiación de la revista ultraísta Horizonte (1922); fue cofundador de la Orden de Toledo (1923); responsable de la muestra arqueológica en el pabellón de Aragón de la Exposición de Sevilla (1929); intervino en los preparativos de la sublevación de Jaca (1930); figuró como ayudante de dirección de la película Tierra sin pan (1933) de Luis Buñuel; animó a Alfonso Buñuel a editar un libro de collages (1935). Tras el estallido de la guerra fue miembro de la Alianza de Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura, de la Junta de Defensa de Madrid, de la Junta Nacional de Protección del Tesoro Artístico Español, secretario de la Embajada en París, y formó parte del equipo oficial de la Exposición Universal de París (1938). La Universidad de Zaragoza lo había destituido en noviembre de 1936 por «comunista, ateo, indeseable y contrario al orden». El exilio comenzó en 1940.

Recorrer el paisaje

A lo largo de su trayectoria, Rafael Sánchez Ventura, figura central de un tiempo nuevo que ayudó a construir, supo conciliar las tareas políticas con la investigación, facetas ambas no demasiado conocidas fuera del ámbito local a pesar de, insistimos, ser parte importante de nuestra historia durante los años veinte y treinta del siglo XX. El descubrimiento de las iglesias de Serrablo en 1922 fue, sin duda, una de sus primeras experiencias y más gratas por cuanto significaba: recorrer el paisaje, profundizar en el patrimonio histórico del lugar al que pertenecía y darlo a conocer a generaciones futuras. Sus amigos Joaquín Gil Marraco (Zaragoza, 1901-1984) y Luis Monreal Tejada (Zaragoza, 1912-Barcelona, 2005), dejaron testimonio escrito de aquel tiempo en la revista Serrablo. Gil Marraco recordó un día de finales de agosto de 1922 cuando acudió desde Jaca a la Pardina de Los Arregueses en Sabiñánigo, propiedad de los Sánchez Ventura. En la casa se encontraban la familia Gastón-Burillo y Eusebio Oliver Pascual, futuro médico de reconocido prestigio. Sánchez Ventura le había pedido que le acompañase a Lárrede, muy cerca de Sabiñánigo, tras haber sido avisado por un funcionario de energías aficionado a la caza sobre una pequeña iglesia desconocida. A la excursión se sumaron Oliver y el joven y entusiasta Emilio Gastón Murillo -padre de Emilio Gastón- que no se perdía una; hacía apenas una semana que el joven había recorrido la Selva de Oza, Guarrinza y Aguas Tuertas con su padre y varios amigos, entre ellos Gil Marraco y Camón Aznar, que durante los descansos les leía los Anales de Zurita. Sobre las cinco de la tarde llegaron a la iglesia de San Pedro de Lárrede. Sánchez Ventura quedó sorprendido. Gil Marraco preparó su cámara de placas 9 x 12, el pequeño trípode y realizó las primeras fotografías que documentan el inicio de un hallazgo excepcional: el conjunto de iglesias medievales localizadas en la zona de Serrablo que, por sus características singulares y la homogeneidad constructiva y decorativa, fueron declaradas en 1999 Bien de Interés Cultural. La ausencia de documentos complica la adscripción definitiva a un estilo concreto y a una cronología definida, lo que favorece hipótesis y debates aún sin resolver. Ya lo avanzaron Rafael Sánchez Ventura y el arquitecto conservador de monumentos Francisco Íñiguez Almech (Madrid, 1901-Pamplona, 1982) en su artículo Un grupo de iglesias del Alto Aragón que la revista Archivo Español de Arte y Arqueología publicó en 1933: «(...) parecen traducir un mozárabe mal interpretado y peor conocido de principios perdidos y lejanos; algo como un sentido tradicional sin modelos directos». En el momento de escribir su ensayo, los autores advirtieron de que el estudio está incompleto por las zonas Este y Sur, pero avanzaron en detalle el de los monumentos localizados mediante descripciones, dibujos de planos, alzados, secciones y vistas de carácter artístico, junto a una amplia secuencia de fotografías de las que solo una aparece firmada por Joaquín Gil Marraco. Las imágenes no están fechadas, pero hemos de pensar que fueron realizadas en 1922 y en los años siguientes durante los cuales Gil Marraco acompañó a Sanchez Ventura en sus investigaciones.

No olvidamos el testimonio de Luis Monreal y Tejada que en el verano de 1932, recién licenciado en Derecho y siendo estudiante de Historia, se encontraba en Jaca como asistente a los Cursos de Verano cuando recibió una carta de su amigo Íñiguez Almech solicitándole información sobre los hallazgos de las iglesias de Serrablo. Desde Jaca salió andando hacia las iglesias, tomó notas e hizo fotografías que envió al arquitecto, quien al recibirlas viajó a la zona para conocerlas en directo. Al año siguiente firmó el artículo mencionado con Sánchez Ventura. Dos años antes, en 1931, San Pedro de Lárrede había sido declarada Monumento Arquitectónico Artístico, y entre 1933 y 1935 se procedió a su restauración. De todas las entonces conocidas, era la más importante y todavía en uso como parroquia del pueblo «mezquino y de ocho casas, repartido en tres barrios», notificaron Sánchez Ventura e Íñiguez Almech, cuyo estudio continuó al año siguiente con el realizado por Manuel Gómez Moreno -profesor de Sánchez Ventura en 1923, durante su doctorado en Filosofía y Letras, en la asignatura de Arqueología Arábiga-, para quien las iglesias podían ser obras de arquitectos andaluces durante el siglo XI, con elementos mozárabes y lombardos. Siguieron matizaciones que se convirtieron en polémica a partir de los años setenta. ¿Románicas o mozárabes? No hay acuerdo entre los especialistas que sí coinciden en la singularidad de este conjunto de monumentos, única en el mundo del arte. Sánchez Ventura lo supo en 1922.