Se ha acabado el tiempo de descuento. Incluso los más remolones ya no pueden postergarlo más. La segunda quincena de septiembre ha llegado y, con ella, el nuevo curso. Por si quedaban dudas, y algún resistente que se aferrara a las vacaciones más allá de lo que el Estatuto de los Trabajadores estipula como razonable, aquí se ha plantificado para desengañarnos la gota fría.

La que está desbordando los ríos y causando terribles destrozos en el sureste del país, y también esa que les baja a los padres por el cuello de la camisa cuando piensan en la vuelta al cole y en el destrozo del bolsillo (un roto, nivel boquete, en el que cabe una riada de mochilas, uniformes y libros de texto con los que los reyezuelos de taifas hacen política autonómica). Gota fría que, asimismo, se nos desliza como un dedo húmedo por la espina dorsal ante la perspectiva de tener que retornar a las urnas en un par de meses. En efecto, los niños pueblan otra vez los patios de recreo, y sus señorías, el Congreso. Todo lo mismo. Arranque del curso escolar y del curso político.

Algunos, hace un par de semanas, lo equiparaban con el inicio de año. Lo del 1 de enero no pasa de constituir una excusa para comer uvas en la Puerta del Sol a medianoche y un par de grados Celsius. Ahora. Ahora empezamos de verdad. Tal vez no les falte razón. Septiembre siempre ha sido un mes de fascículos. Tomar la determinación de que, a partir de hoy, vamos a coleccionar dedales, tanques en miniatura de la II Guerra Mundial, o una imprescindible antología en veinte tomos de minerales australianos se trata de un pistoletazo de salida en toda regla. Una señora inauguración de etapa.

Se resume en que, hasta el próximo verano, tenemos tiempo por delante. Para llenarlo con obligaciones, rutinas, proyectos. Y a veces, eso no está tan mal. Lo pensé el otro día, a raíz de que ese gran mercader de la Ruta de la seda, AliExpress, abriera su primera tienda física en España. Su cargamento de prodigios y acervo de fantasías, traídos desde la lejana China, suscitó tal fascinación que hubo quienes guardaron cola a la intemperie dos jornadas consecutivas, con sus correspondientes noches, para ser los primeros en hollar el santuario. Esto les convertiría en acreedores de uno de los tesoros electrónicos que encierra la cueva en sus cofres de maravillas. Gratis. El que logró situarse a la vanguardia de la fila y alzarse como el pionero pionerísimo en traspasar las puertas —“ábrete, Sésamo”— afirmó después que se había lanzado a esa aventura (en palabras suyas) porque estaba de vacaciones y no tenía nada que hacer. Obviamente, cada uno puede emplear su tiempo en lo que más le ilusione. Faltaría más.

Pero claro. Resulta que, acto seguido, el pionero confesaba, sin ocultar cierta decepción, que los malvados comerciantes chinos no les habían permitido escoger la recompensa a su hazaña de santos Jobes (por la paciencia). Sin ir más lejos, él ansiaba un patinete eléctrico y se había tenido que conformar con un móvil. Idéntico chasco sufrió otro de los penitentes. Pero, al menos, se agarraba a un consuelo: “Lo voy a vender”. El móvil. El señuelo por el que había pasado dos noches en saco de dormir y aseándose por medio de esas toallitas fragancia limón con las que te adecentas los dedos tras pelar las gambas.

Al final, bien mirado, lo que había hecho en esa cola era trabajar. Dar su tiempo a cambio del jornal que le dé a él quien sí quiera el móvil pero no esperar. Había replicado semejante esquema en su periodo de asueto, de holganza. ¿Y qué necesidad, si para eso ya tenemos septiembre?

Pero descuiden, que no he venido a amargarles la existencia. Aunque se antoje desalentador, no hay que desesperar (como les ocurre a los que esperan, ya sea en una fila o en cualquier otra parte). En la medida de lo posible, queda el reducto de disfrutar con lo que hacemos, o al menos intentarlo. Con las cosas pequeñas, en el instante. Sí, incluso en el tajo. Nada heroico, como los tópicos de apuntarse al gimnasio o dejar de fumar. Antes bien, compartir más ratos con quien nos saque unas risas. Dedicarnos a verbos que nos gusten. Crear cápsulas de tiempo que valgan, no dinero, sino la pena. Ser felices. Eso, sobre todo. Buen septiembre. Buena vuelta.