«En la soledad, se hizo poeta. Solo fletó sus barcos -Cierzo y Noreste- y solo quiere trabar las lejanías a fuerza de velas. Le gusta el viento, pero se hastía. Diez poetas amigos -Madrid, Valencia, Santander, al habla- le transmiten su entusiasmo y su fe. Y Seral, en el mar sin costas y sin viajeros, vocifera, y prosigue, con alegre firmeza, su peregrinación única». Así presentó J. M. Serrano Valerio a Tomás Seral y Casas (Zaragoza, 1908-Madrid, 1975) en el Segundo cartel lírico del Noreste (invierno, 1933) con motivo de la publicación de su último poemario, Del amor violento. Tomás Seral y Casas quiso que los dibujos y acuarelas de Javier Ciria (Zaragoza, 1904-Barcelona, 1991) acompañaran a sus poemas. Ciria aceptó el encargo. Además, Seral seleccionó su dibujo Universo en el Primer cartel lírico del Noreste (otoño 1932) y otro sin título para la segunda entrega, que situó, significativamente, junto a su poema Marina, al lado del de Maruja Falena, Ingerencia. Ambos dibujos, al igual que las obras realizadas para ilustrar Del amor violento, fueron realizados en 1932. Para entonces Javier Ciria parecía haber encontrado el lenguaje que venía ensayando desde hacía unos años, aunque muy pronto desveló su extrañamiento formal, quizás por su modo de ver diferente, tan apegado a lo natural, que desde siempre le había fascinado. Seral lo supo, y así quiso dejarlo de manifiesto en la presentación a la entrevista que le hizo en Amanecer: Ciria era un miembro más del grupo zaragozano de vanguardia integrado entre otros artistas por Alfonso Buñuel, González Bernal, Honorio García Condoy, Federico Comps... y Ramón Acín, que en 1932 hizo un espléndido retrato a Ciria en chapa metálica.

A Juan Eduardo Cirlot se debe, en mi opinión, el mejor análisis de la obra de Javier Ciria. «Ciria pinta desde antes de 1930. Sus obras de ese periodo ofrecen netas premoniciones -en España- de una síntesis de surrealismo y abstracción, a veces. Otras se orientan ya claramente por una vía menos clasificable, con inspiración imaginativa, colores irreales -o irrealizantes-, formas sinuosas que parecen representaciones de ecuaciones en sólidos. [...] Todo esto significa que Ciria hubiera podido ser, orientándose por una vía u otra, de las dos que unidas, configuran su síntesis de aquel tiempo, un surrealista estricto o un abstracto ortodoxo. Sin embargo, no eligió ninguno de estos dos caminos. Su avance fue retorcido, discontinuo, paradójico, hecho de negaciones y de aparentes retrocesos: más bien retorno a la figuración, para decirlo de una vez y pronto. Pero su figuración mantenía el complejo cromático-formal de la etapa anterior y lo plasmaba buscando temas en lo real, deformándolos con frecuencia, desplazándolos siempre, tratándolos pictóricamente sobre sí mismo, convirtiéndose en lo que se suele llamar un solitario del arte». Una cita muy extensa pero reveladora para saber de las obras del artista que, además, introduce el secreto: «Mientras pintaba, Ciria coleccionaba con afán, con ese extraño afán que nunca entenderán los no coleccionistas. Pues el que colecciona no reúne ‘cosas’ sueltas, sino que recompone, reuniendo sus ‘pedazos’ algo roto que no se sabe exactamente lo que es pero de lo cual tiene la certidumbre de haberlo perdido un día».

En 1973, Tomás Seral y Casas escribió el poema Tiempos y hombres, que dedicó a Alberti y María Teresa León: 1940 / Tiendo la vista atrás; / oleadas de escombros / torres desmanteladas, / una sien percutida / y muchos inocentes / como conos truncados [...]

Seral y Ciria siempre supieron que estaban solos, que eran unos solitarios y que no había modo de recomponer los pedazos. Seral lo escribió: «En nada se parece eso a lo que quisiera». El tiempo los distanció geográfica y emocionalmente, y Seral no incluyó a Ciria en su largo poema inédito Nuestra ciudad. Mi Zaragoza de los años treinta, escrito en Madrid en septiembre de 1973. Tras la muerte de su padre en 1934, Javier Ciria se trasladó a Madrid y retomó sus viajes por Europa, que en Zaragoza apenas había residido de manera más o menos continuada desde noviembre de 1930. Hasta 1934 Zaragoza era el lugar al que regresar para salir; y a partir de aquel año Madrid, hasta 1950, cuando instaló su residencia en Barcelona, donde murió.

Pero en 1932 había esperanzas, que la frustración llegó más tarde. Antes para Seral. Ciria acompañó con sus dibujos y acuarelas los poemas Del amor violento de Seral. Dio forma a la alegría, a la insatisfacción y a la confusión que acompañan al amor, asunto único del libro. Las palabras y los dibujos parecen hoy presagios del fracaso de tantos entusiasmos que durante un tiempo parecían ser capaces de romper con la atonía machacona que reventaba, y continúa reventando, cualquier iniciativa y posibilidad de futuro en la cultura de Aragón.

Ilustraciones de Ciria para ‘Del amor violento’, una acuarela sobre cartón, a la izda, y otra otra en acuarela, pastel y lápiz sobre cartulina.