Luisa Miñana recuerda con nostalgia a Sol Acín, la que fuera su profesora de francés en la Universidad Laboral, cuando estudiaba COU, en 1975, año de la muerte de Franco. En aquellos años convulsos, en las postrimerías de la dictadura, cuando las calles se llenaban de protestas y se cantaba a Labordeta, a Luisa le hubiera gustado saber que su callada y distante aunque competente instructora era la hija pequeña de Ramón Acín, profesor, escritor y escultor, y de Conchita Monrás, ambos asesinados en agosto del 1936 por ser anarquistas y librepensadores, y un referente de la izquierda aragonesa.

Luisa lamenta no haber aprovechado más a esa discreta educadora que un día decidió no callar más y se volcó en la poesía. Pero hasta pasadas varias décadas no supo quién era. «Fue una buena profesora, aunque muy diferente al resto. Era muy retraída. Estaba muy alerta, como todos, expectante. Yo me he quedado siempre con el sentimiento de no haberla valorado como debía. Si hubiera sabido quién era…». Así era España, un país de desconocidos. En aquellos años, todo el mundo en este país se miraba de reojo.

La Laboral nace en 1955 como una institución educativa orientada a que los hijos de los trabajadores estudiaran Bachillerato y Formación Profesional.

La sede de la Laboral de Zaragoza era una especie de ghetto. «Había profesores muy adeptos al régimen y otros que provenían del destierro», afirma la poeta. Allí recaló gente que calló toda su vida, hasta que no pudo más. Como el padre de Luisa, que el día que murió Franco explotó: «Mecagüen la hostia el hijo de puta ese…», dijo el hombre aquel 20 de noviembre del 1975.

En la Laboral, los alumnos disfrutaban de una buena beca, comían en el centro, tenían libros gratis, instalaciones deportivas… todo a cargo del Estado. Era el franquismo de cara amable. Luisa recuerda a un profesor comunista como «un ser evanescente que hablaba muy bajito». Y el que no hablaba bajito, callaba. Ella era de las que callaba, salvo cuando escribía poesía. Sol Acín nace en Huesca en 1925. Su padre, maestro, escritor, agitador y artista, se codea con Luis Buñuel y Ramón Gómez de la Serna. Su madre, Conchita, toca el piano y le enseña a tocar el violín. Su feliz infancia se trunca cuando Ramón y Conchita son fusilados tras el golpe de Estado de 1936. Ella y su hermana mayor, Katia, son acogidas por unos tíos, con quienes viven en Jaca hasta el final de la guerra. Tras el conflicto, vuelven a Huesca, donde estudian Bachillerato. Sol cursa Filosofía y Letras en Madrid. Allí se inicia en la poesía de Walt Whitman. Viaja a París, donde conoce a Klaus, un alemán que se convertiría en su marido y con quien tiene dos hijos, Sergio y Ana. Tras vivir una temporada en Alemania regresa a España.

Sol Acín, vista por Daniel García-Nieto.

Sol vive callada, sin involucrarse en política o en la vida cultural. «Necesitaba un empujón. No era una persona de carácter dinámico. En Madrid no encuentra un ambiente con el que conectar. Se marcha de allí porque se asfixia. No se siente a gusto en su piel», reflexiona Luisa. La hija de los anarquistas empieza su carrera docente a principios de los 70, y, tras varios destinos, recala en la Laboral de Zaragoza. «Ella añoraba mucho Francia. Siempre utilizaba un libro sobre el sistema educativo francés. No sé cómo consiguió pasar la censura. Grietas del sistema», cavila Luisa.

Sol fue una buena poeta, aunque publicó un solo libro en vida, En ese cielo oscuro (1979, Ámbito literario, Barcelona), que ve la luz en la edición de Víctor Pozanco gracias a la labor de Rosa Sender, Ana Moix y Luis Carandell.

Prensas Universitarias de Zaragoza recupera sus poemas en el 2014 en una versión que incluye la correspondencia con Miguel Labordeta.

Luisa admira la poesía de aquella maestra que dejó escapar, «una obra mística que se acentúa cuando lo que le rodea es el horror». «Sol vuela, como San Juan de la Cruz. La infancia sí que es un paraíso perdido», sentencia Luisa.

Sol lo perdió todo siendo niña. Cuando a los 10 años matan a tus padres, tu mundo se torna frío y gris. «Te han pegado un tajo tan grande que nunca vas a recuperarte del todo», se lamenta Miñana. «En el trato personal era educada y muy amable, pero no se tomaba demasiadas confianzas. La enseñanza tampoco era su sitio. Ella cumplía con su función docente, pero sin pasión. La poesía sí lo era, allí se refugiaba. Tenía una hondura dentro tan grande que nunca la pudo llenar». La misma hondura que traslucen sus fotos de juventud y madurez, todas de mirada triste.

Su poesía habla de hombres y mujeres amordazados: «Caminan maniatados, dormidos, vacilantes, presos en su pudor de cobardía los seres mansos que engendró la tierra». España era en la posguerra un país de seres mansos que callaron toda su vida hasta que un día explotaron: como Sol con sus poemas y el padre de Luisa con su juramento.