Dícese de una habitación pequeña o estrecha, también chiscón. Como aquellas ganadas al portal donde se reciclaban los zapatos.

La evolución, apoyada en el nunca como ahora, ha arrasado a los zapateros remendones, aquellos parcheadores del cuero que tapeaban y ensuelaban medio escondidos en huecos de escalera o tabucos de ocasión. De lo más impresionante resultaba observar al artista cuando le reclamaban un par de señorita, negros, del 38, y comprobar que el hombre daba con ellos sin demora en aquel maremágnum aparentemente desordenado. Y tampoco eran desdeñables los diálogos con las clientas, tomando el pulso al acontecer mientras la cuchilla rebañaba el apaño.

Entonces, y no hace tanto, los zapatos daban mucho juego y se repasaban por arriba y por abajo, se teñían y acababan su días con la satisfacción del deber cumplido. Con creces. Antes del gran paso hacia el euro y el destierro desagradecido de la peseta, muchas calles de las ciudades estaban abonadas al adoquín, que era de los de verdad y no la versión suave y edulcorada sembrada con el rediseño peatonal. Y tal vez aquellas grietas interpiedras echaron una mano al remendón, astillando tacones de los que tan bien casaban con medias de costura.

Aquellos artesanos encontraron con el tiempo la horma de su propio zapato y dejaron paso a establecimientos más modernos, engendros misérrimos de multinacional, en donde lo mismo te copian una llave que te venden carbón para la barbacoa del adosado. Luego, la avalancha de la oferta ha derivado hacia el gesto de mandar al vertedero el par deteriorado y adquirir uno nuevo antes que meterse en reparaciones. Total, que ni los niños expresan gran contento cuando calzan zapatos de estreno porque la rutina se comió ya la ilusión.

La fabricación masiva, la mayor capacidad adquisitiva, la fiebre consumista... han acabado con aquellos entrañables zapateros, auténticos artífices, no reconocidos, de que el país siguiera caminando con paso firme. Para colmo, aunque aquí se fabrica buen género, la imposición del usar y tirar nos ha dado de lado allende los mares y, en materia de importaciones, sigue dando clase al zapato un apellido italiano. No importa que la humedad de bajura evidencie un día bajo la suela alpina un ignominioso Made in Taiwan.

Por fas o nefas, hemos oficiado entre todos el RIP de los zapateros remendones, como han desaparecido también aquellos cuartuchos encajados en los portales donde una aplicada operaria cogía puntos a las medias bajo el chorro de vatios que soltaba un flexo. Son oficios -hay otros- desterrados e impropios de la opulencia que nos lleva a mirarnos ufanos en los espejos tecnológicos mientras seguimos sin salir de pobres. Eso, sí, pobres en euros, que es un puntazo en la Europa del XXI.

Reflexión del día: sigue abierto el encuentro entre los apologistas del puré de la nostalgia y los exégetas del progreso consumista. Discurren sobre si estamos mejor o peor, pero quizá sea que, simplemente, estamos.