Lo que ocurre con el cine es algo insólito, aberrante. Me refiero a su génesis y a las mejores épocas del que, por aquel entonces, fue llamado Séptimo Arte. Todo aquello se ha olvidado, desvanecido, menospreciado. Hoy en día le preguntas a un adolescente, a un veinteañero, sobre el cine, y te contesta: “Sí, a mí me encanta”. Entonces le preguntas por Howard Hawks y cree que le estás hablando del último smartphone del mercado o de un nuevo modelo de patinete eléctrico. Pues no, hijo mío, a ti no te gusta el cine. Seguramente te gusta lo que hacen ahora. Y lo de ahora es muy diferente al cine que alcanzó el estatus de Séptimo Arte.

A un amante de la música no se le olvidarán jamás las composiciones de los más grandes. Para él serán siempre la principal referencia. Te hablará con admiración, con pasión, de Mozart, Bach, Vivaldi, Beethoven. El correligionario de la pintura se emocionará al citar a Van Gogh, Rembrandt, Velázquez, Goya. A un apasionado de la escultura probablemente se le salten las lágrimas viendo las obras de Miguel Ángel, Donatello, Rodin. El empedernido lector será para siempre devoto de Cervantes, Dickens, Zola, Dostoyevski.

En el cine, no. Para jóvenes y no tan jóvenes, el cine empieza con El Padrino, si me apuras, con Dos hombres y un destino. No saben, no conocen y, lo que es peor -ni tienen gana alguna de acercarse- a los más GRANDES, a los grandes maestros, a los pioneros del cine y a sus décadas posteriores. Con ellos -les guste o no- comenzó todo y lamentablemente acabó todo.

No entiendo cómo se puede vivir sin la lección de bondad y sacrificio de George Bailey en Qué bello es vivir ; sin la filosofía de vida del abuelo Vanderhof en Vive como quieras; sin la excelsa humanidad de Atticus Finch en Matar a un ruiseñor; sin la nobleza, el valor y la sonrisa de Dardo en El halcón y la flecha; sin los pegadizos bailes de los hermanos Pontipee en Siete novias para siete hermanos; sin la rebeldía y la fe en sí mismo de Luke en La leyenda del indomable; sin los tiernos consejos de Manuel en Capitanes intrépidos; sin la belleza invisible de Catherine en La heredera; sin el coraje frente a un mundo machista de Leslie en Gigante; sin el sacrificio y la inteligencia de Norma en Marcado por el odio; sin la serenidad y la tolerancia de Henry Drummond en La herencia del viento; sin la firmeza y la rectitud de John Wayne en El hombre que mató a Liberty Valance.

Méliès, Chaplin,Capra, Ford, Hawks, Curtiz, Wilder, Lang… fueron el CINE. Son el cine. Tras ellos no hubo nada. En uno de los muchos libros sobre cine que escribió el crítico y cineasta Peter Bogdanovich, éste le comenta con pena a Orson Welles: “Calculo que los años dorados del cine comprenden desde 1912 hasta 1962, o sea, cincuenta años. ¿No crees que son muy pocos?” Y Welles le contestó: “¿Qué querías, el apogeo del renacimiento sólo duró sesenta años”.