Ha pasado casi inadvertida la noticia de que el Nobel de Economía ha sido concedido a tres expertos: Banerjee, Kremer y Duflo (de tres nacionalidades diferentes) porque los resultados concretos de sus estudios en áreas como salud y educación «han ayudado a aliviar la pobreza global y tienen un gran potencial en mejorar las vidas de las capas más pobres de la sociedad», según la Academia sueca. Es decir, se han centrado en la raíz de una enorme brecha, no solo entre naciones ricas y pobres, sino también en el propio tejido de cada país, y que se agudizó con el estallido de una crisis que dista mucho de estar superada, al menos en España. Según datos del último informe Estado de la pobreza 2019, más de la mitad de la población española (55,3%) vive al límite de sus posibilidades y no puede permitirse imprevistos, mientras el 26,1% se encuentra en riesgo de pobreza o exclusión.

El propio secretario general de la OCDE, Ángel Gurría, ha dicho recientemente: «La creciente desigualdad es uno de los mayores desafíos sociales en el mundo hoy día, socavando la cohesión social y la confianza». El impacto inicial que la crisis mundial tuvo en España pareció menos grave por ser todavía una sociedad donde pervive una potente red familiar. Y también porque la solidaridad colectiva y la colaboración con organizaciones de voluntariado crecieron en aquellos años como en ningún otro país europeo, además de Eslovenia, según la Encuesta Social Europea, como bien hizo constar entonces Belén Barreiro.

De una u otra forma, es evidente que la mayoría de la sociedad española ha sabido estar a la altura todo este tiempo, sin despegarse del suelo y de los problemas de raíz. Mientras, las élites políticas que debían centrar sus esfuerzos en el bien común han dado muestras de lo contrario: solo han pensado en lo suyo. Las consecuencias están ahí y estos días recogemos buena parte de los frutos. Seguir analizando lo que ya es inanalizable en el asunto catalán no es sino una pérdida de tiempo.

España arde por un costado porque el escenario pospolítico en que vivimos se parece cada vez más al prepolítico, donde lo único que importa es atrincherarse tras símbolos que buscan adhesiones emocionales acríticas en torno a un enemigo común al que hay que combatir. Dejen de darle vueltas, este país está a punto de tocar fondo principalmente porque le viene grande a sus dirigentes.