De todo el sector agroalimentario el más dinámico y moderno es, sin duda, el del vino. De ahí que hayan sido también pioneros en la creación del enoturismo, cuyo día europeo se conmemora el próximo domingo, también en las cuatro denominaciones de origen aragonesas. Pero el turismo agroalimentario y gastronómico va mucho más allá. ¿Quién viaja a Dublin y no recorre las instalaciones de Guinness, por cierto pagando una buena entrada? ¿Y cuántos zaragozanos no se han acercado todavía al Museo de La Zaragozana? Que nada tiene que envidiar a las instalaciones irlandesas e incluye la degustación de varias cervezas locales.

Aragón dispone de bastantes instalaciones relacionadas con este tipo de turismo, incluso la AIAA, Asociación de Industrias de Alimentación de Aragón, editó hace tiempo una guía y mantiene activa una web, con diferentes opciones. Por supuesto visitas a bodegas, pero también a cerveceras, almazaras, industrias cárnicas, pastelerías, fábricas de embutidos, etc. Es decir, tenemos ya los mimbres para ir construyendo esa novedosa oferta turística, complementada por el creciente número de restaurantes que abordan la gastronomía basada en productos locales, la que busca precisamente este tipo de viajeros, caracterizados generalmente por su sensibilidad hacia la compra de productos alimentarios y bebidas de la zona.

Dado que las rutas del vino parecen ir consolidándose —especialmente la del Somontano, que obtiene galardones cada año—, sería interesante complementarlas con este tipo de visitas que, además, fidelizan notablemente a los posibles clientes. Que, además, contribuyen a la fijación de la población en el medio rural. Pues son muchos los urbanitas, de aquí y del resto de Europa, dispuestos a pagar por ver cómo se elaboraba el pan o el vino, por recoger cerezas, asistir a una matacía, vendimiar antes de disfrutar de una cena o elaborar patés. Solo hace falta prepararse algo e ir a por ellos. Nos están esperando.