El tema del tranvía y sus usuarios es para ponerse muy serio. Mucho. Pero voy a tirar de ironía para no enfadar (ni enfadarme yo) al personal. Estos son algunos de los personajes más típicos del tranvía:

El Jetamóvil. Los que más abundan. Aproximadamente un ochenta por ciento. Hombres y mujeres de cincuenta para abajo. Predominan los adolescentes. El Jetamóvil está siempre sentado usando el móvil para cualquier tontería. Permanecen muy concentrados en él y lo usan como excusa perfecta para no ceder el asiento a nadie.

La mujer contorsionista. Frisa los 60 años. Suele estar bastante en forma como demuestra agarrándose a los sitios más insospechados y en las posiciones más inverosímiles. Domina la barra fija del tranvía mejor que cualquier acróbata. Esto lo hace para conseguir que le cedan el asiento, cosa que casi siempre consigue ya que, como Sergio Ramos, también recurre a los codazos en estómago y sienes. Hay otra modalidad que podríamos llamar “La mujer equilibrista”. Ésta no se agarra a nada y, a cualquier movimiento brusco del tranvía, se te echa en brazos o cae sobre alguien sentado para conseguir el mismo objetivo que persigue “La mujer contorsionista”. También suelen triunfar.

Los Sinpabuelos. Son unos fenómenos. Astutos y sagaces abueletes, herederos de las triquiñuelas empleadas por Pepe Isbert y su pandilla en tantas y tantas películas sobre la picaresca española. Acercan la tarjeta a la maquinita de validar y siempre les da rojo. Ni se inmutan. Continúan su andadura por el tranvía con la cabeza bien alta, dispuestos a llorar por un asiento si hace falta. Grandes actores.

Las plagas bíblicas. Igualico que en el Antiguo Testamento. Son madres o padres que mandan por delante a sus dos o tres vástagos (con edades comprendidas entre los cinco y los doce años) a arrasar con todo lo que se les ponga por delante. Actúan siempre con el tranvía abarrotado y las consecuencias son demoledoras: pies pisoteados, codazos, empujones, aplastamiento de la gente que va sentada. Siempre consiguen sus objetivos: asientos, tabiques nasales rotos, ropas manchadas, gafas en vuelo… Sus padres son simpaticotes porque siempre te dan las gracias cuando te levantas… para dirigirte al hospital más próximo.

Los Chufla-chufla. Ya se sabe… ¡Cómo no te apartes tú! Actúan a las puertas del tranvía. Suelen llegar los últimos a la parada y, cuando el pitido del tranvía empieza a sonar advirtiendo de que cierra sus puertas, comienzan a repartir a diestro y siniestro. Les encantan los empujones y los puñetazos por la espalda. Eso sí, cuando ya te han incrustado el esófago en la máquina de validar, suelen pedir perdón y sonreír maliciosamente. “Es que si no me quedaba fuera”.

Los Black and Decker. Son los peores de todos y, lamentablemente, abundan bastante. Usan el móvil a grito pelado durante el trayecto que dura su recorrido. No hay descanso. Te taladran continuamente el oído mientras vociferan sus problemas laborales, lo hijoputa que es éste o aquel, lo que van a comer mañana, pasado y el resto de la semana o el estado de salud de unos catorce miembros de su familia. Si les llamas la atención suelen mandarte allí por donde amargan los pepinos y dejarte claro que ellos hacen lo que les da la gana.

Los Quejicas. Son desagradecidos y embusteros. Entran con la cara amargada y no suelen tardar en tomar asiento. Una vez en él, comienzan a hablar de la mala educación de los jóvenes de hoy, de que no tienen valores y de lo mucho que les molestan con sus mochilas. Han debido coger poco el tranvía porque la mayoría de los adolescentes, aun ensimismados en sus móviles, se levantan enseguida si les piden el asiento con corrección.

El Revisor Fantasma. O sea, casi todos. Aparecen con el tranvía medio vacío, piden algunas tarjetas y, de vez en cuando, sacan a alguno-a de la oreja para cobrarle la multa correspondiente. Raras veces llaman la atención por las malas conductas. Y… ¡Atención! Desaparecen cuando el tranvía está abarrotado. Es decir, cuanto más se les necesita para poner orden.

Los Indolescentes (como diría Cantinflas). Con ellos se me hace difícil tirar de ironía. Son adolescentes con cara de asco y sentimiento de hastío contra el entorno que les rodea: padres, profesores, amigos, ancianos y niños. Se les reconoce enseguida por mirar el móvil con gesto desdeñoso (no podría ser de otra manera) y estar medio tiraos en el asiento con ambos pies apoyados en la barra que todos usamos (nosotros, con las manos). Si les llamas la atención -cosa que desean- se acuerdan de tu familia y te mandan a tomar por… La solución tradicional sería echarlos del tranvía entre todos, al modo en el que sacaban a los borrachos de los salones del Oeste y... que tragaran bien de barro. La solución moderna es ofrecerles unos cojines para que estén más cómodos y regalarles un trozo de tarta de chocolate para que pringuen más los asientos y las barras. Y… tampoco estarían contentos.

Pido humildemente perdón por si he exagerado un poco con los personajes aquí citados. Probablemente ellos dirían de mí que soy un “Breakballs”. Traduzcan ustedes al español.