Cada vez son menos los lectores de periódicos que pasan por un quiosco para comprar su ejemplar en papel. Y también, cada vez menos zaragozanos confían en estos establecimientos para adquirir revistas, chucherías o cromos. Vamos, que están de capa caída en una crisis que no augura nada bueno. Los carteles de cierre de negocio menudean por el centro de la ciudad. Y los que aún aguantan atrincherados lo hacen con el terrible cansancio que provocan las batallas perdidas.

En Zaragoza existen veinte quioscos, aunque solo nueve de ellos despliegan sus puertas a diario. En el poco espacio del que disponen los comerciantes, de unos tres metros cuadrados, tienen que apañárselas para ofrecer su surtido de periódico, revistas, coleccionables, chicles, recuerdos de la Virgen del Pilar, carteles, libros, mapas, mecheros, pipas, juguetes o chocolatinas. Todo en medio de una feroz competencia, siendo símbolos de un tiempo pasado.

Más de cincuenta años lleva abierto el quiosco de la plaza de San Francisco. Ha sido punto de referencia y reunión para millares de estudiantes y profesores. Sus mesas ofertan desde The New York Times a revistas porno. Ahora ni los estudiantes de periodismo se acercan a comprar periódicos, cuando en los años setenta Carmelo Vidal llegó a despachar hasta mil ejemplares diarios de un recién nacido El País. En la actualidad pocas cabeceras rozan el centenar.

Parapetado tras sus colecciones de libros, revistas especializadas y algunos dulces ha visto pasar manifestaciones, paseantes y muchas tormentas. «Esto es muy esclavo, pocos quieren estar aquí catorce horas al día», señala.

Además, lamentan que no tienen espacio para diversificar su actividad por las restricciones municipales. Escasamente pueden vender botellines de agua fría -a 0,6 euros el medio litro- o una escasa selección de bolsas de patatas, pipas y otras chucherías. «Justo les apetece a los niños lo que tú no tienes», lamentan, agobiados por la tremenda competencia de las tiendas de frutos secos.

Aunque lo más sangrantes es que la pérdida de lectores que están sufriendo ha sido propiciada por las propias editoriales. Un ejemplo claro es el de las colecciones. Hace una década cada nueva temporada salía casi un centenar de nuevos fascículos. Ahora apenas tienen una veintena en exposición. Y encima se ha terminado aquella locura de dedales o piezas para construir tu propio motor de explosión. Prima la recuperación de viejos tebeos, la divulgación científica o los consejos para ser un gran pintor. Entre los tenderos surge una crítica, al considerar que los distribuidores se han pasado al enemigo pues gracias a los boletines de suscripción ya no es necesario que los interesados acudan semanalmente a recoger las nuevas entregas.

San Pedro Nolasco

El quiosco de la plaza San Pedro Nolasco es un curioso edificio de hormigón, hierro y cristal que se curva de forma caprichosa. Por un lado se venden periódicos y por el otro helados, cafés y demás. Pilar Soriano lleva más de treinta años viendo pasar vecinos por delante. Cree que su modo de vida recibió la puntilla el día en el que se autorizó la venta de publicaciones en los supermercados. «El domingo era el mejor día, pero ahora la gente compra la barra de pan y el periódico en el mismo sitio, todo aquello terminó. Ya es un día tan malo como el resto», lamenta. No hay soluciones. «¿Qué van a hacer?, ¿pagarnos por seguir?», ironiza.

El paseo de la Independencia, el Coso, la calle León XIII o glorieta Sasera aún mantienen sus quioscos tradicionales. No se sabe cuánto durarán. Zaragoza pierde así uno de esos elementos que definen la esencia de un lugar, uno de esos detalles que llenan las calles de atmósferas particulares.