¿Qué grado de decoloración admite una bandera hasta que deja de representar lo que simbolizaba en su origen? Es decir, cuánto de rosa se puede volver el rojo de las barras aragonesas o españolas antes de dejar de ser el emblema estatutario o constitucional para el que han sido diseñadas. Las calles de Zaragoza se llenaron hace dos años, en medio del litigio del referéndum catalán, de emblemas patrios y sus correspondientes réplicas aragonesas, pero con el paso del tiempo el lustre ha sido vencido por la inclemencias meteorológicas. Aunque eso sí, poco a poco, y paralelas a las nuevas noticias llegadas desde Cataluña, algunas fachadas está recuperando su vocación multicolor.

Echando la vista atrás, la proliferación de banderas en los balcones comenzó en el año 2010. Aquel año la selección española de fútbol ganó un mundial en Sudáfrica y la situación catalana empezaba a calentarse. Los vendedores en aquellos años multiplicaron sus existencias y apostaron por una variada gama patriótica en la que se incorporaron las pulseras, los pines, los pañuelos y los relojes. Todo de rojo y amarillo.

SE ESPERA REMONTADA

Este mes las tiendas de banderas ya no son lo que eran, pero confían en remontar próximamente. Es el caso de Larraz, que hace solo dos años estaba despachando cada semana -y no es una exageración retórica- un 1.000% respecto al mismo periodo del 2016. «Aquel momento fue algo realmente tremendo», asegura el responsable del área, David Lasala. Fueron metros y metros de tela. En la actualidad, el repunte desde el lunes es significativo, pero tímido. Calculan que las ventas, tanto de piezas individuales como de las que sirven al corte, han crecido un 12%. «Suponemos que si las noticias desde Cataluña se mantienen se volverá a producir una nueva reacción», destaca.

Los bazares regentados por chinos han sufrido el mismo proceso. Ahora se entra en cualquiera de ellos y las banderas expuestas en los sitios preferentes son las de los clubes de fútbol. Las del Real Zaragoza y el Atlético de Madrid cuestan diez euros. Las del Barcelona 17. Algo tendrá que ver lo de la oferta y la demanda. Por una enseña española de buen tamaño solo hace falta abonar tres euros. La compra se puede completar con banderines, cintas y algunos imanes que, según dicen, casi no tienen salida.

Y eso que en estos años los conflictos -o la diversión, como argumentaría Sheldon Cooper- con banderas han sido constantes. Algún vecino en la Vía Hispanidad decidió colocar una enseña franquista en lo alto de su edificio, provocando el enfado del resto de la comunidad. Hubo altercados y algunas amenazas. En la actualidad, como símbolos más neutros, en las fachadas se pueden ver colgadas desde calaveras piratas hasta delantales rosas.

Sin embargo, el escenario preferido para la discusión vexicológica ha sido el balcón del ayuntamiento. La llegada al poder de Zaragoza en Común (ZeC) propició la exhibición de enseñas republicanas, arcoíris, o griegas. En todos los casos fue la oposición la que cuestionó la pertinencia de su exhibición.

Estas semanas, los que paseen por el centro de la ciudad en espera del despliegue de banderas de antaño quedarán decepcionados. En todo el paseo Independencia (sin contar las oficiales) apenas se divisa una decena. Y algunas de ellas aguantan en un estado realmente maltrecho. Habrá que esperar a algún otro referéndum o un triunfo deportivo para que vuelva aquella Zaragoza adicta al rojo y al gualda.