Unos dicen que saben a pescado ahumado. Otros que son como pipas. Todos hacen una mueca divertida antes de metérselos en la boca. Son los chapulines, la sorpresa con la que acompañan el guacamole en el bar Distrito México, una de las revelaciones de la hostelería zaragozana. Es el único local en el que comer insectos de la ciudad, y poco a poco se va corriendo la voz. No en vano, han sido las Naciones Unidas las que se han sobrepasado en elogios a este alimento del futuro.

«Hemos visto que en esta ciudad la gente está dispuesta a cosas diferentes», dice el propietario del local, Jorge Escalante. Nació en México, se instaló en Londres, y allí conoció a Esther Layo, una zaragozana que le acompaña en esta aventura. «La gente es muy valiente, todo el mundo los come, sean niños o mayores», reconocen.

El chapulín (como se le conoce en México al grillo) se ha convertido en uno de los antojitos obligados en este local cuya carta se inspira en los mercados latinos. Sin embargo, aquí el caos está más controlado: la decoración de calaveras coloridas, sillas altas y música house convierten el espacio en un buen refugio para los empresarios que se han mudado a los grandes locales de economía colaborativa del entorno de las calles Méndez Núñez y José Pellicer Ossau.

SAL DE HORMIGA CHICATANA

«Los clientes vienen por el buen ambiente que tenemos, además, el hecho de que los dueños sean mexicanos les da más garantías», aseguran sus dos responsables. Y si, por la razón que sea, lo de comer grillos no resulta apetecible en un primer momento (las alas y las patitas, muy crujientes, podrían hacer dudar a algunos foodies irredentos) en la coctelería El federal, recién inaugurada, tienen la solución. Este local, abierto por la amplia demanda del primero, ha logrado dar con la fórmula perfecta para que todo el mundo pueda comer bichitos: ofrecerlos como sales dentro de sus bebidas alcohólicas. Así no existe excusa que valga. Atención a la oferta: hormigas chicatanas, más chapulines y gusano chiniquil o de maguey, una larva que se cría en los ágaves.

Este segundo local, mucho más sobrio, se inspira en las coctelerías más a la moda de la capital inglesa. México también forma parte de su esencia, y lo demuestran con una variada oferta de derivados del ágave, como los tequilas o el mezcal. Estos tragos se ofrecen en chupitos o en elaboradas margaritas, usando los mejores productos posibles. El sabor mexicano se consigue con la naranja sanguina y con aroma de almeja. «Nos importa mucho la calidad, los productos más importantes que ofrecemos son de importación», narran.

DESDE OAXACA

El camino de los chapulines hasta Zaragoza es largo, pues tienen que recorrer los casi 10.000 kilómetros que separan Oaxaca, donde son tremendamente populares, de la capital aragonesa. Llegan en botes herméticos, como una suerte de remedios naturales para cualquier dolor. Aquí se pasan por una sartén para volverlos crujientes nuevamente. El cocinero que con precisión se encarga de estas manipulaciones es de Monterrey.

Lo bueno de unos locales en los que lo mismo te sirven un tequila que un grillo salteado es que puede pasar cualquier cosa. Así lo demuestran las constantes visitas que realizan los mariachis ambulantes que recorren las calles del centro buscando propinas. El Distrito México, en sus tres años de andadura, se ha convertido en parada obligada, hasta el punto de que en algún momento les han pedido que refrenen los cantos. Algo difícil, pues cuando el personal se arranca con una ranchera, eso ya es difícil de parar. Pobre José Alfredo.

Escalante lamenta que muchas personas todavía piensen que la cocina mexicana es demasiado picante. «La gente a veces viene confundida con el concepto de antojitos o botanas», indica. Esta fórmula se basa en pequeñas porciones para compartir, más que en los platos tradicionales de un restaurante. Entre los clásicos que ofrecen en sus locales destacan el pollo adobado o la cochinita. El propio colectivo mexicano les ha dado el visto bueno, algo que celebran por las nuevas amistades que han podido forjar.

Y eso que la ciudad de México y Zaragoza no tienen mucho que ver. En una prima el caos rodeando barrios de enorme interés como Xochimilco. En la otra, la calma episcopal de sus dos catedrales. Pero ambas están unidas por la pasión por la gastronomía, por muy extraño que pueda parecer un plato cubierto por unas pequeñas langostas rojas, crujientes y saladas.