La terraza no es muy amplia, pero produce alimentos suficientes para todo el año. Un cartel con un flecha señala que Nueva Zelanda está a 19.650 kilómetros. Y otro que la Luna se encuentra a 384.400. En medio, un huerto urbano que desde hace cuatro años abastece de pepinos, tomates, acelgas y plantas aromáticas al fotógrafo Indio Juan Moro. Es uno de los pioneros de en Zaragoza de la moda de elevar el huerto urbano a las terrazas, galerías y azoteas. No se parece a esas instalaciones ultratecnológicas que proliferan en las grandes capitales, eso sí. Lo suyo son los elementos reciclados, los palés y los trucos de hortelano sabio.

«Es alucinante estar cocinando, salir a la terraza, y poder coger el tomate que usarás para la salsa», explica satisfecho. Lo de los cultivos en altura avanza poco a poco. Los viveros reconocen que cada vez más zaragozanos se atreven a cambiar sus plantas ornamentales por una judiera, aunque siempre con cautela. Lo normal es buscar patios interiores o alquilar uno de esos terrenos de las afueras. Sin embargo, cuando uno se mete en estos berenjenales, la evolución es lógica. «Comenzé con cáctus, pero poco a poco fue evolucinando», explica.

Para aprovechar el espacio en un rincón ha construido una especie de vivero. En su interior disfruta del clima tropical su tortuga Tanque, que recorre las baldosas con una seguridad apabullante. El alimento vegetal siempre lo tiene garantizado. Otras dos tortugas, que han ocupado el sitio reservado a las cebollas, aún no tienen nombre. «Lo malo de los bulbos es que necesitan demasiado espacio», indica.

Estos días de ola de calor la terraza está cubierta con varios toldos. Asomando un poco la cabeza se pueden intuir otras galerías, todas con flores y arbustos. Lo de cultivar su propia comida en el centro de la ciudad todavía es una extravagancia, aunque Juan confía en que se consolide. «No es algo que lleve mucho trabajo, pues a veces si te obsesionas los resultados son peores... además es mucho más barato», anima.

Como todo el mundo en estas épocas, recurre a los tutoriales en busca de consejos. Ha cambiado las tierras de sustrato por la fibra de coco para aligerar el peso de las macetas que él mismo ha construido con tablas. Recurre a la cáscara de huevo para aportar calcio y lleva en mente producir patatas este invierno con la ayuda de sacos de rafia. «Voy un poco a mi aire, aunque también me dejo guiar por la gente que ya tiene huertos», explica.

La evolución de las plantas le ha inspirado uno de sus proyectos artísticos más singulares. Se llama Vida árida. Retrata las plantas que se le van secando, en blanco y negro, con mucho grano. Unas imágenes de la desolación que contrastan con el verde de los pimientos y el perejil que acaba de regar. Al lado, la pequeña perra Tara olisquea con confianza a la vieja tortuga.