Te enteras de que un tipo fabrica morcilla con sangre humana para veganos en Alloza y de inmediato te devoran la sorpresa, los prejuicios y el chiste fácil hasta vampirizarlo todo, la razón incluida. Y buscas un personaje que vender o exponer en tu particular parada de los monstruos sin preocuparte si bajo esa piel que rasga los esquemas establecidos, hay un ser humano con un motivo. Lo etiquetas con una camisa de fuerza y pasas página. Raúl Escuín se hizo viral gracias a un vídeo que subió PlayGround a su cuenta (falta de emitir la segunda parte), cerca de siete minutos de edición en los que este zaragozano de 30 años residente en Alloza intenta explicar el cómo y el porqué produce un alimento tan común con una sustancia tan singular, su propia sangre. Las redes sociales le proporcionaron cierta fama con el consiguiente peaje de la comunicación sin información: burla, ironía, pitorreo y no pocas dosis de groseros comentarios.

No se defiende nunca en la conversación. Charla y reflexiona. "Es cierto que es impactante y se sale de la norma. Pero no es nada malo. Mis amigos y mi familia lo han entendido bastante bien y en absoluto me ven como a un loco", explica Escuín, quien subraya que al principio "mi padre y mi madre sí me dijeron que estaba como una cabra, pero de inmediato me ofrecieron su colaboración con la receta original de mi abuela como base". Sus progenitores regentan una carnicería en la capital aragonesa, donde el pequeño Raúl y su hermano veían a su madre hacer cada día las morcillas en el obrador. "La especialidad de la casa, son excelentes", apunta con orgullo. En un momento de su vida, comprobó la impotencia de los veganos, con quienes mantiene una estrecha y sentida relación, para disfrutar de ciertos placeres alimentarios y decidió que la morcilla no tenía por qué excluirse de su menú. Eso sí, la sangre de cerdo había que sustituirla. "No soy vegano aunque cada vez consumo menos carne y ya nada de leche. Me sentí sensible. Fue un sentimiento de amor hacia esas personas. De comprensión, de ética. No fue fácil para un hijo de carniceros, pero tomé una decisión y lo hice con firmeza y mucha sensatez y honestidad"

Es muy consciente de que "la sangre humana como consumo está estigmatizada y causa rechazo como posible vehículo de transmisión de enfermedades", si bien aboga por un escrupulosa y metódica exposición de su trabajo para que no haya malentendidos. "Hay que explicárselo bien a la gente. Este proyecto consiste en que cada persona se come la morcilla con su sangre. Con un producto que nace de ti no corres riesgo alguno. Otra cosa es si procediera de otros, aunque no es el caso. He hablado con médicos y con especialistas y poseo la información suficiente como para estar tranquilo. Lo he estudiado a fondo en la Universidad de Medicina y en la de Veterinaria. En mataderos". Su idea está registrada en la Propiedad Intelectual, "lo hice en Barcelona. Está patentada. Llevo estudiándolo a fondo un año". No le escandalizan las reacciones ni los comentarios en contra "porque sé perfectamente dónde me he metido". Señala que respeta a todas las personas y sus opiniones porque no cree "en los extremos ni en los radicales".

"No pretendo comercializarlo porque no se puede hacer, pero sí darlo a conocer en eventos", explica Escuín, quien niega que su objetivo consista en sacarle rendimiento. "Sería el más feliz del mundo si pudiera llevar esta experiencia a todo el planeta. No sé, en charlas con 200 personas en Madrid, Sevila, Tokyo, Londres...". Descubre que su morcilla con sangre humana ya ha sido degustada por personas cercanas a su entorno, en concreto dos amigos. "Y está realmente buena. Uno de ellos la probó porque es vegetariano y el otro por curiosidad. Lo puedes vivir también como una experiencia alternativa", recomienda mientras espera desplazarse en próxima fechas a Málaga, Madrid y Zaragoza, donde ha contactado con él. Tampoco persigue un reto. "Me gusta mucho dar a los demás, soy muy altruista. A lo largo de la vida he cambiado muchas veces de parecer en mi forma de ver la propia vida y la naturaleza. Lo de la morcilla con sangre humana me salió de corazón. No busco fama ni polémica con ningún sector cárnico, solo ayudar a quien creo que lo necesita".

Raúl Escuín ha escrito su biografía, ahora mas popular desde que se puso manos a la obra con una jeringuilla para extraer su sangre y mezclarla con arroz. Pero para llegar a este capítulo sin duda extraordinario y sin precedentes, este aragonés ha recorrido un camino inverso al impuesto por las señales de esta sociedad. Un sendero que le ha conducido, sin abandonar jamás el carril de la felicidad, hacia la tierra y sus raíces. "Me encanta interiorizar. Una persona ha de conocerse a sí misma". Desde que hace dos años optó por instalarse en Alloza, recalca que la naturaleza ha cambiado su vida, sus prioridades. "Trabajo once horas en el campo, entre olivares y almendras. Decidí encargarme de las tierras de mi abuelo porque tenía tiempo. Cada día aprendes veinte cosas. Hago excursiones solo, con mis dos gatas. Me sube la adrenalina. Me dan ganas de vivir". Un día busca la nieve; otro, la ola perfecta en Zarauz sobre una tabla de surf. "Soy muy sociable. Sencillo. Y no me enfado".

Desde los 16 años elige su destino. Aprueba un grado medio de auxiliar de enfermería y realiza tres meses de prácticas. Estudia prótesis dental con un par de años trabajando en una clínica y ocupa los veranos de socorrista en las piscinas de Zaragoza, el Pirineo y las playas de la Costa Brava. Prueba en las pistas de esquí y se traslada a Barcelona. "Allí se me abre la cabeza y decido irme al pueblo de mis padres para llevar un proyecto de madera con un amigo". Ya ha entendido que la ciudad no es para él. "Cuando voy a Zaragoza me entra depresión. Hasta mi gata cogió fiebre porque no podía hacer nada. Nos sentimos enjaulados. Ese ruido me ha hecho valorar mucho el silencio. El no poder ver árboles, montañas, horizontes... Sol y sombras. Cosas que valen para la vida real. En la ciudad hay mucha gente pero no saludas a nadie", se lamenta.

Escuín, como le conocen, charla con las plantas y descubre sus propiedades. Corta leña y la vende, recibe encargos para trabajar la madera que le dan para vivir. En ese estado de libertad y paz en nada emparentado con el ascetismo, una vez conoció a un vegano y quiso ayudar a esa comunidad que rechaza el uso y consumo de todos los productos y servicios de origen animal. Animar su paladar con morcillas hechas con la propia sangre del consumidor. No busca que le entiendan y será complicado que muchos lo hagan. Por sus venas corre algo tan sencillo como querer ser útil a los demás. Todo un monstruo.