La ceremonia tiene algo de acto clandestino. Quizá sea por la tenue iluminación de la iglesia de San Valero de Zaragoza, junto a la calle Unceta, por lo nocturno de la hora, o por el extraño rumor de las oraciones en un idioma desconocido para la mayoría de los zaragozanos. Pero se repite todas las semanas, pues el padre Lucas oficia para un centenar de ciudadanos chinos una eucaristía en su idioma.

Los primeros en llegar al templo son los dos chavales que ejercerán de monaguillos y la chicas que harán las lecturas. En la sacristía preparan la ceremonia mientras el sacerdote confiesa a algunas personas. Llegan en familia, se santiguan, y se distribuyen por la nave.

El arzobispado de Zaragoza impulsó esta misa -única en Aragón- en el 2006 debido a la necesidad de atender a unos fieles que en su mayoría no dominan el idioma. Lo complicado fue encontrar a un sacerdote que pudiera cumplir con el encargo. Al actual lo encontraron hace diez años en Salamanca, donde estaba estudiando español tras haber dejado China. «No he tenido problemas de integración, aunque los primeros años fueron un poco difíciles para mí por no saber el idioma», indica.

La comunidad china en Zaragoza, como en muchas ciudades europeas, lleva una existencia paralela. Y eso se nota en las actitudes y rutinas de los fieles. «Realizamos la misa durante la noche porque la mayoría de los asistentes tienen que atender sus tiendas y sus bares», asume Lucas.

El bisbiseo del rosario se mezcla con el corretear de un buen número de niños. Sorprende la media de edad de los asistentes, rondando los 30 años, otro reflejo de la realidad de esta comunidad de inmigrantes. El pasado año fueron siete los chavales que tomaron la primera comunión en la parroquia. En este caso durante la preparación se mezclan con los nativos, pues para los chinos nacidos en Aragón el idioma no es un problema. «Nuestro objetivo es que se integren lo máximo posible sin perder de vista su identidad», asegura.

El día grande para la comunidad es el 24 de mayo. Esa jornada se conmemora la aparición de Nuestra Señora de She Shan, conocida como la virgen de China. Acuden fieles orientales de toda la comunidad, pues esta iglesia de Zaragoza que conmemora la onomástica. El retablo de la virgen ocupa un lugar discreto en la nave izquierda del templo. La imagen, de rasgos asiáticos, se encuentra sobre una pila de agua bendita rodeada por unos sinogramas en los que se lee un ruega por nosotros.

CANTOS BIEN AFINADOS

El padre Lucas se encarga también de una misa diaria en castellano. Su presencia ya es habitual por los salones parroquiales. «Estoy muy contento de trabajar aquí, me aprecian mucho», asegura. En su despacho cuelga una fotografía de Benedicto XVI, el papa que estableció una jornada mundial para rezar por el catolicismo en China, habitualmente menospreciado.

La religión mayoritaria en el país es el budismo. Y aunque católicos se estima que son unos 13 millones, solo representan el 1% del total de la población. Aquí en Zaragoza la convivencia entre credos no causa problemas porque básicamente no se habla del asunto. «Piensan más en los negocios», asume el sacerdote, que rehúsa responder a preguntas sobre la situación política de su país. Durante la semana colabora con los fieles en algunas gestiones administrativas y les ayuda como intérprete a la hora de acudir al médico.

El chino no es el único idioma extranjero en el que se ofician misas católicas en la ciudad. La delegada de la pastoral de Migraciones, Emilia Alonso, coordina celebraciones en otros tres idiomas. Los rumanos tienen su celebración todos los domingos en el templo de Santa María Madre de la Iglesia, en francés tiene lugar el tercer domingo de cada mes en San Nicolás y en inglés los primeros domingos de mes en La Seo. «No buscamos generar guetos, pero para estas comunidades es importante tener puntos de unión con sus vecinos», manifiesta.

Gracias a una proyección en un lateral del altar los fieles pueden ir siguiendo el servicio. Las canciones están bien afinadas y la mayoría consulta su misal, algo que ya no se estila cuando la ceremonia es en castellano. La misa termina y abandonan la iglesia en grupos más grantes que a la entrada. «Rezar en el idioma de cada uno es importante», concluye Alonso.