«No tuve ninguna duda, en cuando me ofrecieron la posibilidad me animé». Así recuerda Pilar Belenguer sus primeros pasos como monitora de informática en la cárcel de Zuera. Ahora, tras varios años de dedicación, ejerce como coordinadora de un equipo de casi cuarenta jubilados que dos veces por semana trata de trasladar sus conocimientos de informática a los presos. «Les ayudamos en lo que podemos, y la verdad es que nosotros aprendemos mucho más», reconoce.

Las paredes del espacio sociocultural de la cárcel están llenas de carteles y manualidades. Algunos de ellos hacen referencia al pasado 8-M y otros contienen frases motivacionales del tipo: La vida es realmente simple, recibimos lo que hemos dado. Los reclusos que están en módulos de respeto se toman estas clases como una forma de mejorar su nivel educativo de cara a su búsqueda de empleo una vez en libertad y como un modo de evasión del día a día.

«Así el tiempo pasa más rápido», afirma el altoaragonés Arturo Jiménez. Lleva nueve meses entre rejas y se enfrenta a una condena de cuatro años. «Me tuve que ganar la vida, ahora estoy arrepentido», dice. Con estos cursos busca mejorar sus conocimientos con los ordenadores, pues dice que solo sabe «lo justo». Su familia le anima a ello, pues tiene cuatro hijos fuera de la prisión.

Los ordenadores que manejan no tienen conexión a internet. Por eso la relación con los jubilados que acuden al aula es un motivo de esparcimiento necesario. «No sentirse libre es lo peor que te puede pasar, pero en esta zona estamos tranquilos y se vive bien», afirma el colombiano Gildardo de Jesús. Lo arrestaron en Barcelona por un problema de drogas con su compañero de piso. «Existen muchos caminos para llegar al mismo lugar, a veces cuesta un poco, pero se puede ir aprendiendo», le explica el voluntario Eduardo Sánchez sobre cómo colocar una fotografía sobre un texto.

David Giménez reconoce que a veces los días entre rejas son «tristes». Le quedan dos años de condena y fuera le esperan dos hijos. Ya ha cumplido siete meses por conducción temeraria. «Además de para aprender informática nos sirve para hablar con la gente mayor, es una buena forma de hacer amigos, algo que no siempre es fácil en el módulo», asegura. Para ocupar el tiempo también se encargar de la limpieza de los cristales, una de las actividades que se suelen asignar en los módulos de respeto para mejorar la convivencia.

La reflexión entre los funcionarios es compartida. Una cárcel es un mecanismo de castigo, aunque en sus tapias unos murales dibujen las fachadas de una plaza. Todos ellos están sometidos a un régimen disciplinario muy duro que los condena a la invisibilidad. Por eso el «cariño» que les ofrecen las personas mayores es parte fundamental de su día a día. «Son un soplo de aire fresco y además suelen tener mucha paciencia», aseguran.

Carlos Andrés también es colombiano. Colabora en la peluquería, participa en un taller de cueros y se está iniciando en el ajedrez. Cuando salga dentro de un año y medio será extraditado. «Valoro mucho que nos saque de la rutina», dice.