Alfonso I, hijo segundo de Sancho Ramírez y Felicia de Roucy, sucedió en el trono a su hermano Pedro I de Aragón en 1104. Cinco años después, seguramente en septiembre de 1109 («por el tiempo de las vendimias», según la Crónica de Sahagún) Alfonso I contrajo matrimonio con doña Urraca (1081-1126), hija y heredera de Alfonso VI de Castilla. A la muerte de este, el mismo año de la boda de su hija, parecía que la unión de los reinos de España iba a ser -en palabras del historiador Ramón Menéndez Pidal- «gloriosa y definitiva tres siglos antes de los Reyes Católicos». Y de hecho, tanto la reina Urraca de Castilla, como Alfonso I el Batallador tomaron los títulos de Totius Hispaniae Imperatrix y Totius Hispaniae Rex.

Sin embargo, aquella unión de los reinos de España no pudo hacerse realidad debido a la falta de la concordia conyugal. De manera que a diferencia de Isabel y Fernando, el lema de «tanto monta, monta tanto» no acompañó, ni mucho menos, a los diferentes propósitos de Urraca y Alfonso. Así las cosas, la ruptura y separación definitivas de los cónyuges ocurrió cuando el Batallador, en 1114, entregó en Soria a los castellanos a la reina, diciendo que no quería vivir en pecado con ella (nolebat vivere in peccato), una vez que Bernardo, abad de Sahagún y arzobispo de Toledo, se había pronunciado en contra de la viabilidad del matrimonio, alegando que eran los contrayentes primos segundos, pues compartían el mismo bisabuelo: Sancho III Garcés de Pamplona.

Finalmente, el papa Pascual II declaró nulo el matrimonio, si bien solamente se oficializó la separación matrimonial. No obstante, incluso después de su separación de Doña Urraca, Alfonso I siguió tomando los títulos de «Alfonso, rey y emperador -por la gracia de Dios- de Castilla, Toledo, Aragón, Pamplona, Sobrarbe y Ribagorza». Y la propia reina Doña Urraca, el 24 de marzo de 1110, en un documento real, se había dirigido a él como: «Adefonsus, Imperator de Leone et rex totius Hispanie».

Mas, habiéndole sido tan hostil el reino de Castilla, Alfonso I se centró en Aragón y el noreste peninsular, y tras la toma de Zaragoza, el 18 de diciembre de 1118 (este martes se cumplen 900 años), logró la conquista de otras importantes ciudades de la cuenca del Ebro, tales como Tudela, Tarazona, Borja, y Épila, entre otras.

Al mismo tiempo, los almorávides trataron de recuperar Zaragoza, pero el aragonés los derrotó en la batalla de Cutanda (17 de junio de 1120), y animado con esta extraordinaria victoria, logró la conquista de Calatayud y Daroca, avanzando por los valles del Jalón y del Jiloca hasta Cella, en 1128, a tan solo una docena de kilómetros de Teruel. Y de allí continuó su avance hacia Valencia, Murcia y Andalucía, llamado por los mozárabes (cristianos en tierras de moros) de aquellos lares, a quienes el rey eximió de tributos y les otorgó jueces propios.

Muerto en 1134

Alfonso I murió el 7 de septiembre de 1134, en la localidad oscense de Poleñino, a causa de las heridas que había sufrido pocos días antes, en su infructuoso intento por conquistar la ciudad de Fraga. En su sorprendente testamento, quien a sí mismo se había considerado emperador, renunciaba a tal idea, e inspirado por el espíritu de cruzada que le había acompañado en todas sus batallas, legó su reino a las Órdenes Militares del Santo Sepulcro, que combatían en Tierra Santa. Pero ante tan insólito deseo, los nobles aragoneses se reunieron de urgencia en Jaca, tomando la decisión de no cumplir con la última voluntad del rey de Aragón, y coronar a su hermano, quien unció la corona real con el nombre de Ramiro II el Monje.

Los treinta años de reinado del Batallador habían sido un continuo combate, pero por su labor reconquistadora y repobladora, así como por su visión unificadora con los otros reinos peninsulares de Castilla, León e incluso la Galicia del arzobispo compostelano Diego Gelmírez, bien podría ser considerado como un rey avanzado en la unificación de los reinos hispanos, y el pilar fundamental del reino de Aragón en su futura expansión por el Mediterráneo.

Y también en el lado de la leyenda Alfonso I combatió, ya que las extraordinarias hazañas del Batallador dieron origen a una serie de sagas que le suponían cruzado en Palestina, ganando numerosas batallas a los infieles.

Previamente a la conquista de Zaragoza, Alfonso I ya había obtenido una importante victoria en Valtierra -Navarra- el 24 de enero de 1110, sobre las tropas del rey de la taifa de Saraqusta, Al-Mostain, quien murió en el transcurso de aquella contienda. Deceso que aprovecharon los belicosos almorávides (gentes de los morabitos) llegados del norte de África, bajo el mando del emir Alí Ibn Yusuf, para ocupar la ciudad de La Aljafería.

De manera que, desde aquel momento, la conquista de Madina Albaida Saraqusta se convirtió en objetivo principal del rey aragonés, procurando los recursos y tropas que le permitieron iniciar los primeros asedios a la ciudad en 1116.

Dos años después, en febrero de 1118 la ciudad francesa de Toulouse acogía un concilio convocado por el papa Gelasio II, que contó con la presencia -entre otros prelados- de los arzobispos de Arlés y Auch y los obispos de Pamplona, Bayona y Barbastro. Dicho concilio elevó a la categoría de cruzada la empresa de la reconquista de Zaragoza, que se hallaba bajo dominio musulmán. Una decisión que fue muy bien recibida en el Mediodía francés, por cuanto buena parte de su nobleza había estado presente en la Primera Cruzada (1096-1099) a Tierra Santa.

Señores de Francia

La bula de santa cruzada, fue por tanto un hecho decisivo para la movilización de los caballeros y señores de los condados más importantes del sur de Francia, en apoyo de la empresa de Alfonso I. Fue el caso de Gastón IV de Bearne, de Céntulo II de Bigorre, de Bernard Aton IV, vizconde de Carcasona, o de Auger III, vizconde de Miramont. Personajes, muchos de ellos, que ya habían estado en Tierra Santa como cruzados y que ahora se preparaban para la conquista de Zaragoza junto a otros destacados personajes del clero, como Guy de Lons, obispo de la ciudad francesa de Lescar (personaje éste que también estaría presente, junto al Batallador y sus tropas aragonesas, en la fallida conquista de Fraga, en 1134), o Guillermo Gastón, obispo de Pamplona, quien participó en la reconquista de Zaragoza como jefe de las huestes de Navarra.

Por otro lado, Deus lo vult, el grito de ánimo y aclamación -en latín vulgar- de la Primera Cruzada, declarada por el Papa Urbano II en 1095, dio origen al nombre de Juslibol, actual barrio rural de Zaragoza, cuyo castillo, junto al próximo de Miranda, fueron algunos de los emplazamientos más importantes de las tropas cristianas en la conquista de Saraqusta.

Las tropas franceses (los cronistas musulmanes elevaron hasta 50.000 el número de soldados francos que sitiaron Saraqusta) es muy probable que se presentaran ante las murallas de la ciudad incluso antes que las propias huestes de Alfonso I, desempeñando un papel fundamental en su conquista, hasta el punto de que el Batallador habría confiado a Gastón de Bearne (1090-1131) -debido a su anterior experiencia con las máquinas de asedio en Jerusalén- la construcción y dirección de las torres de madera y de las catapultas que habrían de ser utilizadas en el asalto a la ciudad.

Finalmente, en el último momento, la hambruna obligó a los musulmanes a rendir Zaragoza el 18 de diciembre de 1118.

Cristiana

Tras la victoria cristiana, y según el cronista Ibn- al-Kardabus, 50.000 musulmanes se vieron obligados a abandonar Saraqusta, entonces una de las grandes ciudades de Al-Ándalus, quizás solamente superada por Toledo, Sevilla y Córdoba. Zaragoza volvía a ser cristiana, y en agradecimiento a la ayuda que había recibido de los francos, Alfonso I concedió el señorío de la ciudad a Gastón de Bearne, cuyo cuerpo decapitado habría sido enterrado siglos después en la Basílica del Pilar de Zaragoza, figurando como leyenda que lo estuvo donde los fieles pisan ahora para venerar la columna del Pilar. Asimismo el museo pilarista conserva el que fue su olifante de caza, bellamente labrado en marfil, y en el que entre otras figuras de animales fantásticos y reales, aparece también el león, símbolo de la ciudad de Zaragoza.

El comportamiento del monarca aragonés tras la capitulación de la ciudad, el 18 de diciembre de 1118, fue generoso para los musulmanes, prevaleciendo, como reconoció el cronista Ibn-al-Kardabus, «la caballerosidad del rey para con los vencidos».

La Seo

Una de las primeras medidas del monarca fue favorecer al estado eclesiástico que tanto le había ayudado en la conquista de la ciudad. De manera que el 4 de octubre de 1121 la mezquita principal de la ciudad pasaba oficialmente a ser Iglesia Episcopal, bajo la advocación de San Salvador, actual catedral de La Seo.

En cuanto al palacio de La Aljafería, a partir de 1118 pasó a convertirse en residencia oficial de los reyes de Aragón, quienes a lo largo de siglos realizaron en el conjunto arquitectónico numerosas reformas y ampliaciones.

Por otro lado, con la finalidad de atraer gentes venidas de fuera, Alfonso I otorgó grandes libertades y privilegios a la ciudad de Zaragoza; entre ellos el del derecho de Justicia propia, extraordinariamente novedoso en aquellos tiempos, por el cual el Consejo de la ciudad gozaba del derecho a elegir a un determinado número de síndicos, cuya finalidad era proteger a la población de posibles abusos de las autoridades. Asimismo se contemplaba la existencia de un magistrado (anterior a la figura del Justicia de Aragón, que nació a finales del siglo XII e inicios del XIII), acreditado de dignidad y autoridad para actuar ante el rey en defensa de las leyes, cargo que en aquella época correspondió a Pedro Jiménez, quien lo desempeñó hasta el año 1123.