A ver, tópicos de Semana Santa: capirotes, saetas, mantillas, hábitos y, en Zaragoza, sobre todo bombos. Bombos, tambores y timbales por todas las calles del centro. Atronando como el terremoto de Jerusalén el día de la crucifixión. O como cuando los orcos perseguían a la Comunidad del Anillo por lo profundo de las grutas de Moria.

Lograr esta ambientación sonora requiere sus sacrificios y alejarse bastante de la imaginería habitual. Para que las nutridas bandas de la ciudad ensayen vale casi cualquier ubicación, siempre que estén alejadas del centro: desde pistas de atletismo a polígonos industriales.

En el colegio El Salvador las puertas están abiertas durante los fines de semana. Un cartel dice Prohibido montar en bicicleta por el centro escolar, pero nada sobre el trasiego de timbales y tambores que se llevan los miembros de la cofradía de El Descendimiento por los pasillos.

Como en todas las hermandades de Semana Santa, las primeras reuniones para preparar las procesiones ya comenzaron en enero. El delegado de la banda, Manu Isasa, se encarga de coordinar a los más de 300 músicos que participan en el desfile. 90 de ellos de entre seis y doce años. «Somos mucha gente, pero todos muy comprometidos», asegura. Y ya lo pueden estar, porque el control es estricto. Todos ellos tienen una tarjeta con la que tienen que fichar antes del ensayo. Si no participan en al menos diez no podrán desfilar.

La mezcla de las canastas y los bombos es curiosa. El patio escolar, con sus fuentes y sus columnas de colores, resiste estoico al centenar de cofrades que tratan de compenetrar sus toques. «Tenemos un fin religioso, pero ahora las cofradías son algo mucho más abierto, con gran atractivo cultural», indica Pilar Alfaro.

Los cofrades avanzan en formación por el patio del colegio. Una niña acude a Isasa porque se le ha roto el parche del tambor. Tiene cara de preocupación, pero pronto encuentran uno nuevo. La propia cofradía tiene algunos tambores y bombos que alquila a los nuevos miembros de la banda para evitar los altos costes de los instrumentos, que rondan los 200 euros.

Formación de cuatro. Cuidado con el contragolpe, seña de identidad de la cofradía. La tarde es soleada. La media de edad de unos veinte años. A lo lejos, en el colegio de Marianistas, resuenan como una provocación los bombos de la cofradía de La Piedad.