“Cuáles y cuántas deshonras, dolores y tormentos padecía mientras estuve con él (…), pues no sólo me deshonraba continuamente con torpes palabras, sino que toda persona noble ha de lamentar que muchas veces mi rostro haya sido manchado con sus sucias manos y que yo haya sido golpeada con su pie”. Estas palabras se han atribuido siempre a la reina Urraca de León y Castilla, que fuera esposa de Alfonso I el Batallador, rey de Aragón y Pamplona. Están reflejadas en la Historia Compostelana, para muchos historiadores una referencia de primera magnitud, una fuente más que fiable, ya que se redactó en tiempo real. Se trata de una crónica del siglo XII, escrita en latín entre 1107 y 1149, que se centra especialmente en la figura de Diego Gelmírez, arzobispo de Santiago de Compostela, pero que en realidad es el relato de lo ocurrido en el reino de León (incluida Galicia) y Castilla en los estertores del mandato de Alfonso VI y los reinados de Urraca y de su hijo Alfonso VII, siendo este último fruto de un primer matrimonio de Urraca (se casó siendo una niña) con el conde Raimundo de Borgoña, quien falleció en 1107, cuando ella tenía 26 años y el heredero apenas dos.

Hay otras muchas fuentes y referencias históricas que dan idea del carácter violento del Batallador, las Crónicas anónimas de Sahagún, por ejemplo, pero ningún otro documento deja constancia de forma tan explícita de los aparentes malos tratos psíquicos y físicos que profirió a su esposa. Es decir, según la Historia Compostelana, el legendario rey que tiene a su nombre una de las calles principales de Zaragoza y una colosal estatua en el parque Grande, el mismo que hace ahora precisamente 900 años lideró la reconquista de la ciudad y su incorporación a la España cristiana del siglo XII, era, por lo visto, además de un gran soldado un maltratador de manual. Una bestia conyugal. Eso sí, un historiador de la talla de José Luis Corral, que precisamente este año ha escrito a cuatro manos el libro Batallador junto a su hijo Alejandro, aconseja que en este asunto no se mire con los ojos del siglo XXI lo ocurrido en el siglo XII.

En general, todos los textos que han servido para encumbrar al rey aragonés y convertirlo en una figura heroica y reverenciada han analizado siempre los episodios violentos del personaje desde una perspectiva positiva, propia de un guerrero que solo perdió una de la treintena de batallas en las que participó. Un héroe de los pies a la cabeza. Un mito de la cristiandad. El profesor José María Lacarra, fallecido en 1987, por ejemplo, admitía que el rey tuvo “alguna desconsideración con la reina” y, aunque reflejó en su libro Alfonso I el Batallador la supuesta violencia machista de este y las "injurias" hacia su mujer, resaltó también la "exageración y malicia" en los autores de la Historia Compostelana.

Por el contrario, toda la literatura e historiografía que han cargado contra él, tratando de convertirle en un ser horrendo y brutal que no supo estar a la altura de la unión política entre Aragón y León tres siglos antes de los Reyes Católicos, también ha encontrado todo el caldo de cultivo necesario para denostarlo. En León, donde nunca fue incluido en las listas de sus reyes, aún hoy es despreciado y el testimonio de Urraca reflejado en la Crónica Compostelana en el que dice que era golpeada por manos y pies es estrujado una y otra vez para conferir al Batallador una imagen cruel y despiadada.

Nadie discute, eso sí, que el matrimonio entre ambos fue un fracaso de principio a fin. Urraca se casó en contra de su voluntad por satisfacer los deseos de su padre, que murió pocos meses antes pero habiendo dejado bien atado la unión de los dos reinos. Alfonso I accedió al matrimonio pensando siempre en su vertiente política y minusvalorando la personalidad de una mujer acostumbrada a mandar, de fuerte carácter y muy resolutiva. Lacarra dejó escrito de la reina de León que “tenía verdadera obsesión por imponer su voluntad”. A podada la Temeraria, llamaba a su esposo “celtíbero cruel”.

Las disputas entre ambos llegaron a provocar una guerra civil entre ambos reinos y aunque las reconciliaciones no faltaban el matrimonio estuvo siempre herido de muerte. Antes de cumplirse los cinco años de unión, Alfonso I repudió a su esposa y el Papa accedió a anular el matrimonio esgrimiendo el argumento de que eran primos segundos (ambos eran bisnietos del rey Sancho III el Mayor de Pamplona). La Crónica de San Juan de la Peña, otro referente documental de calado, adjudica a Urraca la mayor parte de la culpa de la ruptura conyugal, incluyendo un par de adulterios con sendos nobles leoneses.

Hay otra faceta de Alfonso I a la que curiosamente sus detractores han querido sacarle punta: su orientación sexual. En este caso la referencia bibliográfica es la crónica árabe de Ibn al-Athir, quien relata que preguntado en una ocasión el rey aragonés por los motivos por los que no dormía con concubinas, este respondió que prefería “la compañía de los hombres a la de las mujeres”.

Alfonso se casó con Urraca a los 35 años (una edad muy tardía para la época) y no tuvieron descendencia. Ni antes ni después se le conocieron relaciones con otras mujeres. Es llamativo cómo en el pasado quien ha querido denostar al Batallador ha tratado de resaltar e incluso dar por segura su homosexualidad, y cómo quien ha preferido ahondar en su imagen de guerrero valeroso y viril ha interpretado la escena narrada por Ibn al-Athir como la respuesta de un líder que quiere estar rodeado de los suyos antes que distraerse con relaciones banales. Por estigmas no será.