El diputado que disputó el voto del señor Cayo acudió en un Seat 124 al pueblo de montaña en el que el viejo Paulino se ahorcó solo para tener razón en aquella apuesta en la que se jugó que acertaba la fecha de su muerte. El coche, ahora clásico, aparcado junto a un bar en ruinas, fue el símbolo de una democracia incipiente. En la actualidad, con la gente acudiendo a las urnas en patinetes eléctricos, unos pocos aficionados guardan la memoria de estas máquinas, que desde el 600 al Renault Gordini, acarrearon la democracia por aquellas carreteras sinuosas.

La imagen de un desvencijado Seat cubierto de altavoces, carteles y con unos jóvenes barbudos arrojando octavillas por la ventanilla es apropiada para una jornada como la de hoy. El 600 modelo N que José Sáenz de Urturi muestra en la entrada de su taller podría haber sido uno de esos vehículos. Ahora lo ha decorado con unas maletas de cartón, banderines y un cachirulo con el logotipo de la asociación aragonesa de amigos de los coches populares que preside. Quizá sirvió para acercarse a un colegio electoral antes de marchar a una excursión al pueblo, esas cosas que se hacían cuando en las zonas rurales todavía esperaban los parientes.

Los curiosos que pasan frente al taller, en el barrio de Torrero, hacen fotos disimuladas con el móvil. Una curiosa forma de invocar a la nostalgia. «Me examiné con un 600 en el año 1977 en el circuito de La Romareda», evoca. Una foto en la pared lo atestigua. Un recuerdo de la época que comparte con otros muchos zaragozanos.

Pulcritud

La visita al taller Junquera mezcla los viaje al pasado con una chatarrería de inusual pulcritud. Todas las herramientas están colocadas en su lugar, los botes apilados en una geometría precisa y las piezas de repuesto correctamente etiquetadas. Los carteles de viejas normativas de prevención laboral, las fotos históricas de vehículos y algunas insignias extraídas de las carrocerías que ha desmontado. Ni siquiera huele a grasa, ese lugar común.

Las elecciones dejan atrás un reguero de imágenes icónicas ligadas a las cuatro ruedas. Posiblemente las furgonetas Renault 4-L como la que conserva en un almacén de las afueras Sáenz de Urturi llevaron carteles de candidatos y el precario equipo de sonido que permitía montar actos encima de remolques.

El precio de uno de estos coches de coleccionista puede ir de los 500 euros (que solo vale para desmontar) hasta lo que uno se quiera gastar. Por 3.000 euros se puede encontrar un 600 D en perfecto estado de revista con el que presumir en las concentraciones de vehículos antiguos. Aunque habrá que invertir algo en pintura y complementos, pues en esos eventos el nivel es alto. Sin ir más lejos, el coche que Sáenz de Urturi lleva por ahí para lucirlo está pintado de verde, lleno de pegatinas deportivas y además lleva un remolque que le permite transportar altavoces y animar con música el ambiente. Eso sí, las sintonías electorales ahí no tienen espacio.

Lotería de Navidad

La asociación aragonesa está formada por casi un centenar de socios. Tienen un estricto calendario de actividades, basado en una pasión «transversal» en la que caben hasta personas sin carnet. Eso sí, la mayoría son hombres. Será por cuestiones históricas, se dice.

Se reúnen todas las semanas «para charlar de cosillas», explica el presidente y responsable del taller. Pero no siempre se ajustan al guion marcado y la pasión por los vehículos clásicos se entremezcla con las cenas, con los billetes de lotería (para Navidad juegan con el número 600, claro) y con los proyectos de futuro. Durante las pasadas Fiestas del Pilar realizaron su popular salida por las calles, acaparando fotos. Y acuden a cualquier fiesta, feria o evento en la que les inviten a mostrar sus coches.

Pasión coleccionista

La mayoría de los integrantes de la asociación, aquejados de pasión coleccionista (de esas que lo mismo hacen acumular sellos que cartas de primeros ministros), tienen uno o varios 600, pero la libertad de elección de vehículo popular es absoluta. Y ahí es donde también triunfa el 124 que recorrió campañas electorales y protagonizó secuencias muy recordadas del cine, como aquella en la que facilitaba los tirones de El Vaquilla.

La propia colección de Sáenz de Urturi se completa con el Seat 1430 y el 127 Fura, entre otros. Y estos los que están «enteros» y en perfecto estado de circulación, preparados para dar una vuelta a España en busca de votos o lo que haga falta. Aunque lo de viajar en 600 tiene un gran problema: las gomas son delicadas y sus adornos golosos para los ladrones. Es mejor que duerman a cubierto y no se mojen. Solo así se preserva la memoria.