La cara de Jorge Lorenzo es todo un poema. Se encuentra, aunque no lo parezca, en una de las situaciones más embarazosas de los últimos años. No por lesión, no por frustración, no por impotencia o, tal vez, por todo ello y algo más: no puede correr, que es lo que más le gusta en esta vida. El tricampeón mallorquín, antes en Yamaha (con ella consiguió el triplete), ahora en Ducati (en plena forma) y mañana en Honda (junto a Marc Márquez), no podrá correr en Motegi (Japón) este fin de semana, teme que tampoco en Phillip Island (Australia) el próximo domingo y mirando su cara, echándole un ojo a su mano izquierda tapada y oyéndole con la voz entrecortada, todos creemos que ni siquiera, dentro de quince días, en Sepang (Malasia), donde se cierra el triple, antes de Cheste (Valencia), donde ya veremos si se puede despedir de la marca italiana.

Todo empezó, de algún modo, en Motorland (Aragón), cuando se dañó el pie derecho. Sí, aquel accidente en la primera curva del que, en principio, culpó a Márquez. Luego viajó dañado a Buriram (Tailandia) y allí fue donde sufrió un accidente el viernes. Las radiografías, entonces, revelaron una fisura en el radio del brazo iquierdo, que le impidió tomar parte en el gran premio.

REPOSO ABSOLUTO Y LARGO

Y, a partir de ahí, un viacrucis inexplicable o que, al menos, nadie en Motegi, ni del entorno de Lorenzo ni del team Ducati, ha sabido explicar bien. Lo cierto es que Lorenzo siguió preparándose para el inicio del triplete (igual seguí haciendo ejercicios que no debía, no sé), hasta que, al llegar a Japón, descubrieron que no era una fisura sino una fractura. Y que no estaba desplazada, por tanto, no se operaba. Total: 30 días de reposo. Total: las semanas que faltan para Valencia.

Si se hubiese operado de inmediato, tal vez hubiese podido llegar bien a Malasia y, seguro, sano y salvo a Valencia. Lo de Valencia es importantísimo, así de sencillo, casi vital, pues no estamos hablando de despedirse con Ducati y correr su último GP con las balas rojas italianas, sino de estar bien para, a los dos días, es decir, el martes después de acabar la temporada 2018, iniciar el Mundial-2019, probando el primer prototipo de Honda para el año que viene, la moto que está diseñando, en estos momentos, Márquez.

Es por ello que Lorenzo tiene mala cara. Hombre, sí, también porque no podrá ayudar a Ducati en su pelea por el título mundial de constructores (Honda le supera en 33 puntos, cuando aún hay 100 en juego), pero, sobre todo, porque ese martes y miércoles valencianos son vitales de cara a la construcción de la Honda que pondrán en sus manos en los primeros ensayos, en febrero del 2019, en Malasia.

DESESPERACIÓN ABSOLUTA

He tenido muy mala suerte, no solo lesionándome pocos días antes de que empezase el triple, con tres fines de semana seguidos y, encima, lejos de casa. Y, además, he tenido mala suerte porque no pudimos descubrir, en Tailandia, que había fractura y no fisura. Así que debo armarme de paciencia y esperar, señaló Lorenzo, con los ojos tristes, muy tristes.

"No tenía ningún sentido correr en estas condiciones, pues iba lento, estaba incómodo e inseguro, no tenía fuerza en la mano izquierd, no puedo apoyarme al frenar y es imposible manejar la moto en los cambios de dirección, lo mejor es seguir descansando y veremos si se cura o no", señaló el tricampeón mallorquín, ya a 141 puntos del lider Márquez tras sumar tres ceros consecutivos y tras ganar en Italia, Barcelona y Austria con la Ducati.