Mercedes Fuertes fue una guerrera antes de que existieran las Guerreras. Esta profesora de primaria nacida en Alfambra, Teruel, en 1958, sabe cómo la España interior ha tenido siempre que buscarse la vida fuera. Hizo una impresionante carrera como jugadora de balonmano durante 22 años en la que sobresalen sus 110 internacionalidades y su participación en Barcelona 92. Peleó, cuando la igualdad todavía no era un término común en la sociedad española y el deporte aún dependía de la sección femenina, y consiguió ser la primera en cobrar un sueldo. Fue entrenadora y seleccionadora nacional y una de las fundadoras de la Asociación de Jugadoras de Balonmano. Habla de las diferentes luchas de la mujer, del tránsito del deporte profesional a la vida civil, de las consecuencias de la élite, de crisis y de lo que haga falta con una clarividencia ejemplar. En el 2005 recibió la Cruz de San Jorge de Teruel.

«En el mundo rural, como ahora, la situación era de despoblación», arranca Mercedes Fuertes para situar su infancia en Alfambra, donde jugaba a fútbol, a subirse a los árboles, hasta que se fue a estudiar a Cuenca con una beca, a casa de un tío profesor, y luego ingresó en la Universidad Laboral de Zaragoza. «La Laboral fue una explosión para muchas deportistas de Zaragoza. Fue una salida a pesar de que fuera del régimen porque nos dio una oportunidad en unas instalaciones fantásticas, que ahora están destrozadas, muchos recursos, muy buen profesorado y mucha calidad humana», indica.

Ahí practicó atletismo con Pedro Pablo Fernández, corrió crosses, 400, lanzó jabalina, pero su deporte era el balonmano, al que ya había jugado en Cuenca. «Se produjo la ruptura con la dependencia de la sección femenina en el 78, hubo una época muy catastrófica para el deporte, sobre todo para el femenino. Había mucha penuria económica, se viajaba en unas condiciones no mucho peores que con la gran crisis del 2008. Pero en aquella época yo ya me había incorporado a la selección absoluta desde juvenil, después me vine a Valencia y aquí me quedé», relata Fuertes. Ficho por el Íber, donde hizo toda su carrera como lateral y extremo derecho.

En Zaragoza estuvo dos temporadas. «Nos quedamos subcampeonas y jugamos competición europea. Nos tocó el Leipzig, en la Alemania oriental. Fuimos 36 horas en autobús, parando con los hornillos a comer de cámping. Ahora lo piensas y dices, qué barbaridad. Pero bueno, fuimos y volvimos. El deporte femenino se ha movido siempre mucho por ilusiones y aficiones, por ser lo que más te ha gustado. Eso es mucha motivación», señala.

Fuertes fue la primera jugadora española que cobró por jugar. «Siempre se cobraba un poco bajo mano. El equipo de Zaragoza hizo un esfuerzo para que me pudiera quedar, creo que eran 6.000 o 7.000 pesetas al mes. Hasta donde yo sé, fui la primera a la que se le compensó para que no se fuera. Eso es pagar». Una situación que no oculta la realidad. «Las compensaciones oficiales no han existido, ahora existen un poco. Al punto por ejemplo de que yo, que me encuentro próxima a la jubilación, si hubiera cotizado como jugadora tendría muchos más años cotizados», explica.

Los derechos

Una situación todavía no solucionada. «No sé cómo pero tendría que regularse porque es un tema importante. No hablamos de la barbaridad del fútbol, que es una indecencia moral y ética, pero esto es también otra indecencia y otra inmoralidad. Por el otro extremo», afirma. Para eso, entre otras cosas, nació la Asociación de Jugadoras. «Fui la que movió un poco la Asociación. Aquí también había mucha conciencia en el equipo de aglutinar, de generar un movimiento de lucha por los derechos. Pero había que canalizar la unidad de las jugadoras porque en general los clubs eran reductos en los que estaban muy unidas a su entrenador, como grupúsculos, y romper esa dinámica no fue fácil». Una lucha que nunca termina. «Hay que procurar que no sean modas. Porque ahora es moda, pero sigue costando mucho», afirma.

Otra de las cuestiones por abordar es el paso del deporte profesional a la vida anónima. «Esa es otra parcela que no se ha solucionado. La idea de que todos los deportistas de élite son millonarios hace que sea muy costoso socialmente. Al fin y al cabo, el deporte de alta competición es un tragapersonas. O vales o no vales. En el momento que no vales, se acabó. Y mucha gente abandona los estudios. Acabas la vida deportiva, no has cotizado, no tienes paro... no tienes nada», relata. Hay más consecuencias. «Ahora estoy de baja porque las batallas son lo que son. Hace poco nos reunimos las de la olimpiada y claro, la mitad con las rodillas destrozadas. Las rodillas prestadas al país», apunta. Ahora tiene otro objetivo. «Que las chicas que no se mueven casi se muevan un poco más. Hay que trabajar más en la salud que en el deporte de alta competición».