El baloncesto preside la vida de Laura Gimeno, jugadora de la generación del 87, formada en el Siglo XXI, en Barcelona, campeona de Europa con la selección sub-20 y plata dos veces con la sub-18. Abandonó pronto la profesionalidad, a los 27 años, tras pasar por el Mann Filter, para jugar en Primera Nacional pero siempre con la firme intención de entrenar. Mientras jugaba se sacaba los cursos de entrenadora y cuando dejó de hacerlo obtuvo el superior. Apenas había comenzado a ejercer en el Olivar cuando Luis Arbalejo, encargado de la cantera del Basket Zaragoza, fue a buscarla. «Le interesó mi perfil y allí fui, primero como ayudante de Miguel Delgado en el cadete B, donde estuve dos años mientras seguía entrenando a algún equipo más. Luego pasé otros dos años en el infantil masculino ayudando a Jorge Samper», rememora. Durante este periodo fue también colaboradora en la selección aragonesa alevín femenina y fue convocada para ser entrenadora del combinado nacional U-12. «El año pasado pasé a ser entrenadora principal del infantil B femenino y este año estoy en el A», repasa Gimeno.

Pero su labor en Casademont Zaragoza va mucho más allá. Una licenciatura en Psicología y un máster en Orientación educativa especializada en infancia y adolescencia y su amplio conocimiento y experiencia tanto del baloncesto formativo como profesional le convierten en una pieza clave en el desarrollo de la cantera. «Lo que se hace en las canteras de los equipos no tiene mucho que ver con la psicología deportiva, entendida como ayuda orientada solo a la mejora del rendimiento, sino más bien con la infancia y la adolescencia en cuanto a ayudar a un desarrollo tanto emocional como cognitivo de los chavales. Con muy pocos nos adentramos en la psicología deportiva porque la mayor parte de los problemas en el día a día de un equipo infantil o cadete no tiene tanto que ver con eso como con un desarrollo correcto», matiza.

Su labor, en este sentido, se centra en el apoyo al jugador. «Normalmente, los que más atención y seguimiento reclaman son los becados que vienen solos, sin familia y de los que hacemos un seguimiento continuado. Cada semana voy a verlos al piso, me reúno con cada uno de ellos cada dos semanas y hablamos del ámbito deportivo, académico o de lo que quieran. Mi función principal es que todo vaya bien». La respuesta es dispar. «Unos están bien y no necesitan nada, otros me demandan ayuda para mejorar deportivamente, otros exponen pequeñas dificultades… Yo debo asegurarme de que estén emocionalmente estables».

Su campo de acción abarca desde chicos de 4º de ESO hasta los 18 años, cuando ya deja de haber becados, pero, además de esa vigilancia y complicidad, Laura también ejerce este año de «apoyo» al jugador de la cantera. «A principios de temporada nos juntamos con todos los entrenadores para detectar necesidades académicas, personales, familiares o deportivas en las que pueden necesitar mi ayuda. Todos ellos son capaces de trabajar en esa tolerancia a la frustración y poseen paciencia y disponen de retos para que eso mejore, pero si encuentran alguna dificultad añadida compleja de abordar, puedo ayudar tanto al jugador como a ellos», indica.

El rendimiento académico es esencial y así se transmite al jugador para seguir entrenando con normalidad. «Apoyamos mucho la importancia del estudio en la vida de los jugadores. Se les solicitan las notas cada trimestre para recalcar esa relevancia de los estudios y detectar las dificultades académicas que nos ayuden a entender la situación individual de cada uno, aunque si la familia se niega a darnos esas calificaciones, no hay ningún problema».

Esa ingente labor requiere sobre todo «mucha paciencia». El canterano ha de pasar por muchas etapas antes de, si el talento le acompaña, acceder a la profesionalidad. «Lo que la gente no ve es que ese chico que ha llegado tan alto pasó, por ejemplo, un mes muy malo cuando tenía 15 años porque no le apetecía entrenar, quería salir y tenía que estudiar, pero poco a poco va volviendo a la buena dinámica a base de paciencia y de dar oportunidades. Necesitas fallar muchas veces para mejorar y eso muchas veces los niños no lo entienden. Yo solo estoy de apoyo en esa ayuda al jugador porque el principal motor es el entrenador y, al mismo nivel, la familia. Es importante el mensaje que esta manda a su hijo acerca de seguir esforzándose y que no pasa nada por equivocarse. Cuando ese mensaje es positivo toda la maquinaria trabaja para que el niño supere las dificultades».

El deporte como forma de vida y más en plena pandemia. «Ayuda a los chavales, les permite desahogarse y socializar. Es una vía de escape clave para la juventud y, en general, para todos», opina.