Ana Galindo es una de las mejores deportistas aragonesas de la historia. Le adornan dos participaciones olímpicas en los Juegos Olímpicos de Nagano 1998 y de Salt Lake City 2002 y dos cuartos puestos en Solden y Are, dos pruebas de la Copa del Mundo de esquí alpino. Desde su retirada ya han pasado 16 años y la vida ha dado un giro de 180 grados para la oscense. «Las nuevas generaciones no tiene ni idea de quién soy. Un niño no sabe ahora quién es Alberto Tomba. Pero es inevitable y no me siento ofendida. Es ley de vida», explica la oscense. Ahora vive una nueva etapa como gerente de la Federación Aragonesa de Deportes de Invierno (FADI). «Si me acuerdo de las anécdotas que viví como si hubiera sido ayer, pero ya han pasado muchos años. Pero me quedo con las dos vidas. En las dos he hecho lo que quería y me apasionaba», explica.

Va a hacer un año que Galindo trabaja en la territorial. «Me enteré que iba a cambiar de sede la Federación. Era una oportunidad y lo vi interesante. Me informé, conocía a José Ricardo Abad, el presidente de la FADI. Le pareció una idea genial y enseguida me apoyó». Jorri, que es como popularmente se le conoce a Abad, no quiso desaprovechar la experiencia de Galindo. «Es un punto a favor haber competido. Voy tocando todas las teclas de este deporte. El esquí lo he vivido como corredora y entrenadora y ahora toca el mundo de la gestión», explica la altoaragonesa.

Dedica ocho horas diarias al trabajo en la territorial. «Hago tantas gestiones al día que cuando hago la última ya no me acuerdo de cuál fue la primera. Este trabajo es muy intenso y es un poco estresante. Por mis manos pasan muchas gestiones, desde licencias federativas, informes, memorias, convocatorias...Lo que peor llevo es el tema de las justificaciones. Es bastante tedioso y farragoso y es un encaje de bolillos que lleva muchísimas horas. Pero estoy aprendiendo un montón», valora Galindo.

Una vez que vuelve a casa intenta desconectar de tanto papeleo. «Hago otra vida en casa e intento no llevarme papeles. La vida personal de cada uno la respeto muchísimo y espero que lo hagan también conmigo. Y en la federación nadie me agobia», reconoce la jacetana. La nieve ya ha llegado a las estaciones de esquí. La temporada ya ha arrancado. Comienza la época con mayor intensidad de trabajo para Galindo. «Es un momento de muchas reuniones, de preparar reglamentos y calendarios. En octubre empieza a subir el trabajo. Los deportes de hielo ya han empezado y en diciembre y enero el trabajo es desbordante al llegar las competiciones». Galindo está mentalizada que las vacaciones le quedan muy lejanas. «Este año tuve tres semanas en agosto», explica.

Ahora Galindo lleva el peso de todo el esquí aragonés junto a Abad. «En las oficinas estoy con Mari Asun Bravo. Lleva 30 años aquí, pero está a punto de jubilarse. Ahora yo soy la persona de confianza de Jorri. Es muy accesible, estoy siempre en contacto con él y saca tiempo para cualquier gestión», afirma.

Las cosas han cambiado mucho en el esquí aragonés desde que Galindo empezaba a despuntar. «En el Centro de Tecnificación están despegando chavales como Andrés García o Sara Muro. Pero hay que tener paciencia con ellos. Hasta los 27 años no llega la madurez y hay que compaginarlo con la vida personal y laboral. Es una apuesta y la gente se pierde por en medio». La inversión pública aragonesa es muy escasa en el apoyo a los promesas. «Si no entras en el equipo nacional, son los padres los que sustentan en gran parte a sus hijos. En Aragón esquían muchos vasco-navarros y son campeones de España perteneciendo a clubs aragoneses. En mi época había muchos corredores del valle del Aragón. Ahora también los hay, pero son de ciudades grandes. Pero esto no pasa solo en España», explica.

Cuando Galindo fue progresando como esquiadora pasó del infierno al cielo en muy poco tiempo. «Mi momento cumbre fue el cuarto puesto de la Copa del Mundo en Solden en 1997. Dos años antes no era nada. Estaba la última de la cola y nadie me miraba». Entonces la apoyó Maurizio Marcacci, el técnico del equipo nacional. «Tenía 20 años y me habían operado cinco veces de las rodillas. Cuando Mauri entró vio que tenía algo y me dedicó el mismo tiempo o más que a otra compañera». La aragonesa rozó con las yemas de sus dedos la gloria en el gigante de los Juegos de Nagano de 1998. «Un cuarto puesto no lo firmaba y quería una medalla. Pero salí como un caballo desbocado. Hice seis puertas, un interior y a la calle. Me quedé fuera y allí se acabó todo», recuerda con tristeza.