Al pensar en el rugby aragonés siempre nos viene a la mente la Universidad. El trofeo rector, aunque no haya mucho nivel, engancha a jugadores y jugadoras de todas las facultades de la Universidad de Zaragoza a practicar este deporte y, posteriormente, muchos deciden dar un paso más hacia un equipo federado. El caso de Isabel Sanz fue algo diferente. El primer paso fue precisamente meterse aun equipo federado, el Universitario, porque era el único femenino que había en 1991 en la comunidad, y solo tenía un año de antigüedad.

Isabel se inició porque le convenció una amiga de su carrera, Veterinaria, y ya no ha salido de allí. Es la más veterana y ha vivido todo el recorrido del rugby femenino aragonés. El conjunto se formó porque «en ese momento los Ingenieros tenían buen equipo y las chicas y algunas novias de jugadores hicieron uno femenino, se empezó a meter gente de varias facultades porque por entonces no había Trofeo Rector», recuerda.

Pero no siempre los tiempos han sido fáciles. Isabel asegura que «ahora está de moda, pero antes el rugby no tenía tanto nombre» y cuenta que ha vivido «épocas de ir a entrenar dos o tres personas, algunos años había gente para ir a jugar amistosos y el Campeonato de Universidades de XV por España y otros no había casi jugadoras». Pero el equipo nunca se ha disuelto, y ella siempre ha estado en él. Excepto un año en el que jugó con el Durango, donde se fue por trabajo en 1996.

Esa temporada, el rugby fue para Isabel «una salvación», porque así conoció «a un montón de gente», explica, una afición que te acerca a personas con intereses similares y proporciona un nexo de unión. Al volver a Aragón las cosas no habían cambiado, todavía existía solamente un equipo. Aunque pronto en Ejea salió un grupo de chicas contra las que también podían jugar, pero «no era estable, salía y después desaparecía», relata. Los siguientes fueron el Fénix y el Tarazona, estos dos continúan compitiendo en la Liga aragonesa, pero en ese momento tampoco tenían demasiada continuidad.

Poco a poco este deporte fue evolucionando en la comunidad y ahora, para Isabel, «ha cambiado mucho la manera de jugar y la gente». «Las jugadoras se cuidan mucho, a veces no distingues físicamente a un flanker de un centro, antes sí», explica la que juega de pilier(o primera línea), una de las posiciones que conforman la melé. Esa aglomeración de gente que, aunque desde fuera lo parezca, no se crea con azar. Las más grandes (entre ellas las flankers) se posicionan para pelear un balón que posteriormente llegará a las rápidas líneas (entre las que se encuentran los centros).

El rugby siempre ha sido un deporte en el que tienen cabida todo tipo de cuerpos. Esta mentalidad no ha cambiado, como tampoco lo ha hecho la costumbre que se desarrolla después de haberse disputado un partido, ya sea amistoso u oficial. «No hay rugby sin terceros tiempos», sentencia la jugadora.

A pesar de que la fiesta puede parecer para gente más joven, ella no se pierde las reuniones pospartido en las que se comparten bebidas y momentos con las rivales e incluso los árbitros (no intenten esto en plena pandemia). «Siempre voy, pero hago una retirada a tiempo, no llego a la Sala Z (after por excelencia de los y las rugbiers de Zaragoza) porque al día siguiente yo estoy peor que las demás», explica riendo.

Y todos estos factores son los que han enganchado a Isabel Sanz al rugby y los que han hecho que durante 29 años continúe practicándolo. Es una de las precursoras de este deporte en Zaragoza y, aunque este 2020 el covid-19 no permita jugar, sigue entrenando. «A veces cuando me caigo me pregunto ‘¿qué hago aquí’. Pero luego me levanto y se me pasa», recuerda la zaragozana, que piensa volver a los campos cuando el virus lo permita.