Atenas. 12 de octubre de 1991. España se alzó con la primera medalla en un Mundial en conjuntos y Gemma Royo (Zaragoza, 20 de marzo de 1975) formaba parte de aquel equipo entrenado por la búlgara Emilia Boneva. Con Gemma estaban Déborah Alonso, Lorea Elso, Teresa Fuster, Montserrat Martín, Isabel Gómez y, como suplentes, Marta Aberturas y Cristina Chapuli. «Mis compañeras eran mis mejores amigas, casi hermanas», rememora con una sonrisa por aquella gesta que ella vivió con solo 16 años.

No tardaría mucho más en retirarse, antes de los 18, dejando atrás un palmarés que incluye tres platas y un bronce más en Mundiales, seis preseas en Europeos, dos de ellas de oro, y tres bronces en finales de la Copa del Mundo. «Después del 92 todas mis compañeras se iban a retirar. Era una de las más jóvenes y decidí acompañarlas». La gimnasia rítmica no era deporte olímpico, ya que empezó en Atlanta-96. Cuatro años antes los Juegos hicieron parada en Barcelona. El oro hubiera estado al alcance.

«La gimnasia ha cambiado mucho, desde hace años hay chicas que están en la selección y en la universidad. Se sigue empezando de niñas, pero la retirada es muy posterior. Antes el deporte dependía mucho del estilismo del físico y el cambio de niña a mujer no estaba bien acompañado. Ahora, la forma de entrenar, el respeto al cuerpo en cuanto a mantener el ciclo de la mujer… Todo eso ha cambiado y acompaña a la gimnasta», explica.

Ella empezó con solo siete años. Estaba apuntada a jota, pero su padre quería que hiciera un deporte y entonces la gimnasia era el elegido por muchas niñas. Su profesora se la aconsejó por delante del ballet, «y me alegro porque todavía es más duro. La gimnasia tiene una época de caducidad y el ballet, no», señala. «Es obvio que es un mundo el de la gimnasia aún muy femenino. Pero está cambiando y mi percepción es que se podría adaptar más la rítmica a las cualidades masculinas para hacerla más impactante. La rítmica femenina se caracteriza sobre todo por la elasticidad y la masculina puede aprovechar más la potencia de los chicos, hacer más cosas relacionadas con fuerza o con saltos y la harían más espectacular».

Ese día del Pilar de 1991 siempre estará en su recuerdo, con la competencia con la URSS y Corea del Norte, que fue la sorpresa con ese bronce, ya que «Bulgaria falló mucho. En ritmíca la escuela búlgara ha sido la mejor, se ha exportado mucha entrenadora de allí y de Rusia, aunque desde hace tiempo hay calidad en muchos países. Siguen ganando los del Este, pero ahora hay muchas escuelas buenas, por ejemplo la de Italia».

Aquel Tango Jalousie que se usaba como música para el ejercicio de 6 cintas de aquel día en Atenas contó con la ayuda de Javier Castillo, entonces bailarín del Ballet Nacional y ahora conocido como Poty tras haber participado como coreógrafo en programas de TV. «Los ejercicios los montábamos entre las gimnastas y la entrenadora y el estilo del tango nos lo trajo él». Hace unos meses, las chicas del equipo español estuvieron en Bulgaria visitando a Boneva, ya retirada desde hace tiempo.

Gemma comenzó sus estudios en Telecomunicaciones en Zaragoza y los compaginó como entrenadora en la Escuela Club Gimnasia. «Hubiera sido mejor entrenadora que gimnasta. No tenía una gran elasticidad y sí una tipología más de atletismo. Lo que me distinguía era la creatividad. Estuve entrenando y me encantaba hacerlo, pero empecé a trabajar y al irme a Madrid ya tomé otro rumbo».

Ahora vive alejada de la gimnasia, pero no duda: «Este deporte me lo ha aportado todo». Una aseveración tan fuerte merece una justificación: «Para mí han sido decisivos en mi vida laboral la capacidad de trabajar en equipo y todos los valores de respeto, de determinación, de capacidad de concentración y de motivación. Todo eso no es tan fácil de lograr fuera del deporte y son valores que marcan la diferencia».