Muy pocos oligarcas rusos pueden presumir de haber suscitado muestras de cariño entre la ciudadanía. En febrero pasado, el multimillonario Serguéi Galitsky vendió a un banco controlado por el Estado su participación en Magnit, una de las principales redes de supermercados de bajo coste de Rusia, una noticia que congregó a cientos de personas junto a la sede de la empresa en Krasnodar. Era una muestra espontánea de agradecimiento hacia el artífíce de una cadena de alimentación que, desde su fundación en los difíciles años 90, se esmeraba en abaratar los precios, abriendo puntos de venta en olvidadas ciudades de provincia, lejos de las clases acomodadas de Moscú y San Petersburgo.

Hay versiones para todos los gustos sobre el móvil de dicha transacción. Algunos dicen que lo hizo a instancias del Kremlin, una práctica nada extraña en un país donde el poder político decide quién se hace rico y cómo. Otros mantienen que después de dos décadas, este empresario de origen armenio había perdido todo interés en el comercio minorista, y prefería concentrar sus energías en su verdadera pasión, el fútbol. Sea como sea, el balompié ruso ha salido ganando. Porque Galitsky, de los pocos magnates locales que ha hecho fortuna creando un negocio desde cero y no aprovechándose de las privatizaciones de las empresas estatales soviéticas, es el impulsor del FC Krasnodar, uno de los clubs más estables y saneados de la Premier League, y de la academia de fútbol radicada en la ciudad homónima, donde la selección española ha establecido su cuartel general. Las instalaciones para el entrenamiento de jóvenes talentos son maravillosas. «Con sus callejones rodeados de frondosa vegetación y sus relucientes edificios negros y grises, el complejo se asemeja más a un campus de Silicon Valley que a un campo de entrenamiento de fútbol», escribió Max Seddon en el Financial Times. Los equipamientos también son de última generación. «Un robot valorado en 428.000 euros dispara balones de fútbol a los jugadores para afinar sus reacciones y su control».

Al frente de la academia en la que Galitsky ha invertido 76 millones de euros, ha colocado al serbio Aleksándar Marjanovic, un hombre que ha publicado detallados estudios sobre la motivación entre jugadores de edades comprendidas entre los 12 y 15 años. En esta versión rusa de La Masia, el aspirante a jugador no solo aprende de fútbol, sino que también es escolarizado, estudiando materias como idiomas o matemáticas.

El objetivo es neutralizar los males que atenazan al fútbol de Rusia. En especial, la tendencia de los espónsors de los clubs, muchos de ellos millonarios, a contratar a golpe de talón. Y sin olvidar en ningún momento la lacra de la violencia y el racismo. Porque el aliento de los adolescentes de su academia que, acompañados de sus padres, asisten a los partidos del FC Krasnodar, casi han hecho enmudecer los cánticos de los pocos ultras del gol sur.