Sucedió todo el martes en Moscú. Asistía Luis Rubiales, el flamante presidente de la Federación Española de Fútbol (no lleva ni un mes en el cargo), al congreso de la FIFA que debía elegir la sede del Mundial del 2026. Sonó su móvil. Era el Madrid. Le estaba anunciando Florentino Pérez, el presidente blanco, que Julen Lopetegui, el técnico que había renovado por la selección hasta el 2020 en una de las primeras medidas de Rubiales, iba a ser el nuevo inquilino del banquillo del Bernabéu. Rubiales no entendía nada. Nadie, ni siquiera el propio Lopetegui («un trabajador de la Federación», como precisó después), le había dicho ni una palabra sobre este asunto.

El problema no fue solo ese. El verdadero problema no radicó en que estuvieron negociando a las espaldas suyas (ni Florentino ni Julen osaron descolgar el móvil para llamarle previamente) sino que, además, no le hicieron caso a su desesperada petición de guardar silencio para preservar la calma en la concentración de la selección en las horas previas a su debut (mañana) en el Mundial contra Portugal. «Me enteré cinco minutos antes del anuncio», llegó a decir Rubiales varias veces.

Esos «cinco minutos» desencadenaron el cisma de Krasnodar. Rubiales cogió lo antes que pudo un vuelo camino del sur de Rusia, lleno de ira, abandonando precipitadamente Moscú. «Tenía que reaccionar. Sé que habrá críticas, pero los valores de la Federación están por encima de todo», argumentó luego el presidente, quien aterrizó en Krasnodar al filo de la medianoche con su móvil echando humo. Ya tenía entonces la intención de echar a Lopetegui, sintiéndose traicionado.

Doble traición blanca

Traicionado por Lopetegui y, por supuesto, por el Madrid porque desatendió su petición de guardar silencio. Además, cuando aún estaba en Moscú, Rubiales llamó al todavía entonces seleccionador para saber qué demonios estaba pasando. Pero el técnico guipuzcoano no le cogió el móvil porque en ese preciso momento (sobre las cinco de la tarde del martes) estaba comunicando a los jugadores su fichaje por el Madrid. No todos los sabían. Algunos sí, sobre todo los futbolistas blancos, especialmente Ramos, capitán madridista y de España, una figura clave. Nada sabía Rubiales. Nada sabía tampoco Fernando Hierro, el entonces director deportivo de la Federación, a quien las cámaras de Telecinco cazaron en la academia de Krasnodar charlando airadamente con Lopetegui, casi a la misma hora en que el presidente aterrizaba.

La noche del martes fue larguísima. La mañana del miércoles, aún más. A pesar de las presiones de un determinado sector de jugadores de la selección, nada modificaba la idea original de Rubiales, furioso como estaba por sentirse ninguneado. «En ningún caso hemos estado informados hasta cinco minutos antes del comunicado. Hierro no sabía nada y no tiene responsabilidad alguna. Pedí que no se hiciera público, pero ya fue imposible», reiteró Rubiales rememorando esos cinco minutos caóticos en los que Lopetegui, según reveló la Cadena SER, no descolgó el móvil. A Florentino sí que le respondió, algo que, por ejemplo, no hicieron ni Joachim Löw, el seleccionador alemán, que se negó con rotundidad a ser tanteado por el Madrid, o Tite, el técnico de Brasil, quien se indignó cuando le plantearon la posibilidad de recalar en el Bernabéu. Allegri, técnico de la Juventus, sí que habló con Florentino, pero, como reveló a Sky Sport, rechazó irse a Madrid.

Julen, en cambio, aceptó una negociación tan urgente con el Madrid (se resolvió en apenas 48 horas) entendiendo que no afectaría a la selección, sin medir las consecuencias de lo que la Federación considera una auténtica deslealtad. Creía Lopetegui que mañana viernes se sentaría en el banquillo de España para debutar en un Mundial. Ahora lo verá desde Madrid por la televisión.