No es una de esas entrevistas ligeras, presididas por la cordialidad. Desde los primeros instantes, Serguéi demuestra una profunda desconfianza hacia el reportero y el colaborador que le han requerido. Rehúsa decir su apellido. Llega más de una hora tarde a la cita convenida y por si fuera poco, escoge como escenario de la conversación un lugar de paso, donde entran y salen individuos constantemente: el vestíbulo de la instalación deportiva. En ningún momento invita a sus dos oyentes a tomar asiento mientras estos graban sus respuestas, dándoles a entender que tiene prisa por acabar. Eso sí, su discurso está plagado de suspicacias: «No se cómo mis palabras van a ser tratadas».

Para Serguéi, las informaciones que se vierten en la prensa europea acerca de la violencia en el fútbol ruso son producto de la «histeria». Admite que «no todos los (aficionados) rusos son completamente pacíficos», pero subraya que los incidentes durante la Eurocopa de Francia hace dos años fueron exagerados por los medios. «Sí, hubo peleas, pero en el lugar había miles de aficionados ingleses y solo dos personas fueron heridas; si hubiera sido tan terrible, hubiera habido muchos más». Según este aficionado, la responsabilidad de lo sucedido recae en la policía francesa. «No se separó a los aficionados ingleses y rusos; no hubo cordones policiales y se cometieron los errores de hace 18 años», recuerda por los disturbios de Francia entre la hinchada de Inglaterra y Túnez en el Mundial de 1998 y que obligó a la policía local a emplear gases lacrimógenos.

Serguéi no lo oculta: asume los valores que están en boga en la Rusia de Putin, es decir, la necesidad de que Rusia sea un estado fuerte, conservador, con unas fuerzas de seguridad bien pertrechadas y que resista cualquier tentativa de occidentalización. «Puede suceder que haya alguna que otra pelea entre individuos que hayan bebido alcohol, pero peleas masivas, planeadas, lo descarto».