En Dubrovnik apenas se venden souvenirs de Juego de Tronos estos días. La serie, que rodó varias de sus escenas en la Perla del Adriático, ha pasado a un segundo plano porque todos los turistas prefieren la camiseta croata de imitación, que se agota a diario por 150 kunas la unidad (unos 20 euros).

La bella ciudad amurallada, que fue prácticamente destruida por las bombas entre 1991 y 1992 y que hoy reluce con máximo esplendor, se ha teñido de blanco, rojo y azul para apoyar a los héroes de Rusia. Hasta los perros van equipados con los colores croatas y los aficionados menos pudorosos lucen gorros de waterpolo porque en este deporte ya son los mejores del mundo.

La hazaña ante Inglaterra desató la locura en la atestada avenida Stradun, el corazón de Dubrovnik. El gol de Mandzukic vino acompañado de una lluvia de litros de cerveza derramados por el aire, bengalas, cohetes, abrazos y gritos de «Hrvatska, Hrvatska». El pitido final dio paso a una discoteca al aire libre y a lo largo de la noche no dejaron de sonar bocinas por toda la ciudad.

Con la mitad de población que Andalucía (4,3 millones de habitantes) y salarios que no dan para muchas alegrías (800 euros de media), Croacia saca pecho gracias a una selección con tan solo 26 años de vida. Al día siguiente del triunfo en semifinales, el primer ministro Andrej Plenkovic y el resto de su gobierno se presentaron en el Parlamento vistiendo la famosa camiseta de cuadros.

Con especial orgullo se vive en Zadar. De allí son Modric, Vrsalkjo, Subasic y Livakovic. Incluso en Sibenik, cuna de Drazen Petrovic y ciudad perpetuamente ligada al baloncesto, el fútbol es el monotema. La fe no es asunto menor. Ocho de cada diez croatas afirman ser católicos. Ser los primeros en sobrevivir a tres prórrogas también da motivos para seguir siendo creyente.