En mayo del 2011, España asistió a un movimiento de protesta iniciado de forma casi testimonial en la madrileña Puerta del Sol que se extendió rápidamente por todo el país. Aunque inicialmente integrado por jóvenes, concitó pronto la adhesión de amplísimos sectores, porque amplísimamente compartido por la ciudadanía era el sentimiento de profunda irritación por el grave deterioro de la situación económica y política. La expresión movimiento de los indignados definió con precisión una revuelta pacífica que parecía que iba a cambiar algunas cosas importantes. Pero cuatro años después, y aunque la realidad es parecida o peor, la formidable energía del 15-M no se ha traducido en un movimiento organizado y potente capaz de renovar, directa o indirectamente, la política. Como muestra la historia, los procesos de cambio real suelen ser lentos y largos. La concurrencia de candidaturas que aportan aire fresco a las elecciones europeas del domingo es un indicio aún modesto de esta tendencia. Aunque la conmemoración del 15-M fue muy poco concurrida, en España sigue habiendo motivos sobrados para la indignación.