Jamás pensé que Cataluña se vería inmersa en una trampa tan mortífera como en la que ha caído gracias a las habilidades intelectuales y competencias humanas de su máximo mandatario. Siempre consideré a los catalanes más inteligentes que a mis compatriotas los vascos a la hora de reivindicar derechos y alcanzar logros en el seno del Estado español. Pero lamentablemente, la historia nos sorprende, o no tanto, pues la historia se repite y nos coloca en la palestra a personajes aparentemente insignificantes, que consiguen echar por tierra el presente y futuro prometedor de un pueblo inteligente, avispado, capaz y poderoso como el catalán. Lo peor de todo es que haya individuos que le sigan a pies y puntillas, aún a sabiendas de que su empecinamiento va a llevar a su país-mini estado a la ruina. Más de 800 empresas han desertado y dejado a un lado la irracional causa del Ejecutivo catalán; la sociedad catalana y española está desgarrada; la solvencia democrática de España está cuestionada. ¿Cómo poder respetar a un gobierno que comete la mayor de las traiciones? Dejar de velar por el bien común de sus conciudadanos es el mayor de los delitos es imperdonable, cómo lo es también que pueda haber determinadas formaciones políticas que estén poniendo en entredicho la implementación del 155, que no pretende otra cosa que evitar la fragmentación de un gran estado democrático como lo es España. No hay diálogo posible con los tramposos, tergiversadores y cobardes. La aplicación de la legalidad es la única forma de hacer justicia y democracia.

*Periodista y profesora de universidad