Quienes hayan tenido la oportunidad de viajar por Monegros, de recorrer no solo sus pueblos sino sus caminos son conscientes de lo hostil que puede llegar a ser esta zona de Aragón para sus habitantes y, por lo tanto, la obligación que corresponde a cualquier Administración responsable de actuar solidariamente con ellos. Los Monegros son la imagen viva de lo que el Pacto del Agua ha supuesto para Aragón.

Hay más lugares, pero ninguno como esa estepa para ejemplificar la importancia de aquello que conmemoramos: un territorio convertido en un lugar próspero y lleno de vida que aún tiene retos por delante, pero que ejemplifica, junto con otros lugares de Aragón, la necesidad y las virtudes del Pacto del Agua. La solidaridad entre aragoneses es la base del Pacto del Agua que en 1992 aprobó una amplia mayoría en las Cortes, y fue un hito en las posibilidades de desarrollo de nuestra comunidad. Solidaridad con miles de aragoneses que se han comprometido a mantener los pueblos vivos, y solidaridad con los que optan por una difícil forma de ganarse la vida ligada a la agricultura y la ganadería.

Asegurar agua de boca de calidad todo el año a los habitantes de muchos municipios, facilitar la instalación de empresas y la creación de riqueza y por tanto de nuevos empleos, el asentamiento de la población en áreas casi desérticas o convertir en regadío zonas donde antes había secano son razones más que justas, en realidad son verdades, que desde hace décadas comprometen firmemente al Partido Popular con aquellos cuyo trazo vital se escribe en un pequeño pueblo. ¿Acaso alguien piensa que están menos legitimados para exigir las mismas oportunidades que los que residimos en las ciudades medianas o más grandes de Aragón? Su propuesta es razonable, pero lo mejor es que es posible.

Desde su concepción inicial el Pacto del Agua ha sido ampliamente redefinido, adecuado a las nuevas normativas medioambientales europeas, reafirmado por Gobiernos autonómicos y nacionales de diferente signo político además de por una mayoría social y parlamentaria relevante y, algo fundamental, sin olvidar nunca el perjuicio causado a los afectados. Durante estos 25 años todos hemos dejado atrás posturas inicialmente inamovibles y nuestra evolución hacia el consenso ha permitido construir un modelo para el mejor uso del agua en Aragón, para su aprovechamiento responsable en el beneficio común. Ahí radica la vigencia actual y futura del Pacto.

Sobran, por egoístas e insolidarias, las posturas inmovilistas y negacionistas respecto a la construcción de nuevos embalses en Aragón porque su anclaje al pasado -a lo que pudo ser pero ya no tiene lugar que sea- les impide considerar que, además de ellos, hay muchos otros, seguramente bastantes más, que solo reclaman vivir, trabajar y labrarse un futuro próspero y con calidad de vida. Sea donde sea.